acía horas que había terminado una “larga y productiva” reunión de trabajo en Washington. Pese a ello, el presidente estadounidense, Donald Trump, volvía a declarar en una entrevista que México terminaría pagando, indirectamente, el muro con las ganancias del nuevo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Ildefonso Guajardo, secretario de Economía mexicano, tomó el teléfono para transmitir su frustración a Robert Lighthizer, representante comercial de Estados Unidos.
“Oye, ¿qué caso tiene que tú y yo gastemos tanto tiempo en esto? Si el presidente liga el muro (fronterizo) al NAFTA, lo va a echar a perder”, le dijo.
No fue así. El 27 de agosto, México y EU concluyeron un proceso de renegociación de un año para modernizar el tratado. Hasta ese momento, era incierto si Canadá se uniría, porque no llegaba a un acuerdo con Estados Unidos en temas difíciles.
El 31 de agosto, la oficina de la Representación Comercial de Estados Unidos (USTR) notificó al Congreso estadounidense su intención de firmar un acuerdo hasta ese momento con México, y al que podría unirse Canadá. Correrían a partir de ese día los 90 días que marca la ley de EU, para firmar un acuerdo. En las últimas horas de este 30 de septiembre se notificó que EU y Canadá habían llegado a un acuerdo por lo que el acuerdo se mantenía trilateral.
“Aprendimos a trabajar y surfear este tipo de imprevistos”, cuenta Guajardo, vía telefónica, desde la capital estadounidense.
El equipo negociador capoteó los dichos del presidente Trump, sus tuits contra México y las amenazas de salirse del TLCAN sin romper la comunicación con sus contrapartes.
El reto inició el 9 de noviembre de 2016. “De la noche a la mañana se concretó la posibilidad de que un presidente totalmente heterodoxo en su entendimiento del comercio internacional llegara a la presidencia de Estados Unidos”, dice Guajardo.
El republicano reiteró en campaña, múltiples veces, que el tratado comercial con México y Canadá era el “peor tratado de la historia”. Acusó a México de robarle a los estadounidenses cinco millones de empleos manufactureros desde 2000. La promesa a su electorado fue devolverlos a su país y disminuir el déficit comercial con México y el resto del mundo.
“El primer intento fue ir a Washington a convencerlos de que sus ideas no son correctas”, cuenta Guajardo. Pronto se dio cuenta de que no era un tema de “convencer”. “Era cuestión de entender dónde estaba la perspectiva de quien estaba sentado en la mesa de negociación”.
El posicionamiento de Donald Trump se basaba en el descontento de una tercera parte del electorado de su país con los resultados del libre comercio. “No les interesaba saber quién se las hizo, sino quién se las paga. Eso, en política, se convierte en pragmatismo”, señala. Y ese pragmatismo buscó aplicarlo a la búsqueda de soluciones.
La premisa de la estrategia mexicana fue “poner en la mesa soluciones que te convienen a ti (México), pero les convienen a ellos, y que te abren espacios para mover otras posiciones”.
México tenía elementos a su favor, que podrían acotar a Trump. Por ejemplo, confiar en el conocimiento de los profesionales del Departamento de Comercio y en la supervisión de un Congreso republicano, un partido muy comprometido, históricamente, con el libre comercio.
Además, al paso del tiempo, Trump asimiló que había costos de sus decisiones para una parte de su electorado. Eso abrió espacios a los mexicanos: muchos electores que habían votado por él dependían del tratado.
La negociación empezó con reuniones periódicas de los tres equipos negociadores del tratado. “Nosotros metimos el concepto de rondas”, comenta Guajardo. Con la primera, el 16 de agosto de 2017 en Washington, iniciaron formalmente las negociaciones comerciales.
En las rondas se reunían los equipos técnicos por cuatro o cinco días y terminaban con una reunión a nivel ministerial, Guajardo, Lighthizer y la canciller Chrystia Freeland, del lado canadiense.
La instrucción que Guajardo le dio a su equipo fue comenzar por los temas no controvertidos, que tienen que ver con la actualización del tratado. “Les dije ‘muévanse por ahí’”. Entre ellos estaban comercio electrónico, propiedad intelectual, telecomunicaciones, energía, pymes, los nuevos servicios financieros.
“Es relativamente fácil, es una parte que ya habían negociado los tres en el TPP. Y es hasta rápida porque ya están los textos”, contó Jaime Zabludovsky, consultor en comercio exterior del sector privado, al principio de la negociación.
Para México había cuatro objetivos que eran una guía para la negociación, también marcaban lo que no podía aceptar. Los envió Guajardo al Senado como plan de negociación y en sus palabras fueron: “actualizar los temas que estaban quedando obsoletos; no aceptar barreras al comercio, ni tarifas ni cuotas; que la apertura comercial fuera incluyente y mantener mecanismos de solución de controversias”.
Para el sector privado la consigna era no sacrificar a ningún sector y atenderlos a todos. “No había forma de poner prioridades. Nunca dijimos (al gobierno) en esta puedes ceder y en ésta no”, advierte Moisés Kalach, director del Consejo Consultivo Estratégico de Negociaciones Internacionales, del sector privado.
El esquema de rondas se mantuvo hasta la séptima, en marzo, con seis capítulos cerrados, de 30: anticorrupción, pymes, buenas prácticas regulatorias, competencia, medidas sanitarias y fitosanitarias, y transparencia. Al avanzar la agenda, los sectores beneficiados con el acuerdo se habían vuelto automáticamente aliados de México en empujar su aprobación.
Lighthizer quiso romper la dinámica de rondas, y llevarse las conversaciones con sus contrapartes a su oficina. “Se dio cuenta de que lo llevamos por otro camino. Las rondas implicaban demasiado show y como que perdía control del avance de los temas estratégicos”, cuenta Guajardo.
Desde las primeras rondas, el equipo estadounidense fue poniendo sobre la mesa los temas difíciles, parte de los 22 objetivos que planteó la USTR. Detrás estaban los intereses de la administración Trump, como la de reducir su déficit comercial.
Entre ellos estaba la propuesta de endurecer la regla de origen automotriz (el contenido regional necesario para estar libre de arancel), y que planteaba un 50% de origen estadounidense, y la cláusula de estacionalidad, para frutas y hortalizas mexicanas; la eliminación de los mecanismos de solución de controversia (capítulo 11, 19 y 20 del tratado original) y la cláusula de anulación, que pretendía que el tratado expirara cada cinco años a menos que una de las partes lograra acordar continuar. Ni México ni Canadá estaban de acuerdo con ellas.
Cada ronda terminaba con la promesa de que en la siguiente se tratarían los temas polémicos. Prevaleció un principio que se aplicó en la primera negociación del TLCAN: los temas difíciles se dejan al final y se tratan a nivel ministerial.
Las negociaciones entraron en un impasse en vísperas de las elecciones presidenciales en México, en un momento complicado: no había progreso en las posiciones en torno a los temas controvertidos, los aranceles que Estados Unidos impuso a sus importaciones de acero y aluminio de otros países en marzo, se hicieron efectivos para México y Canadá el 1 de junio, y el tiempo jugaba en contra, pues una vez concluida la negociación, la Casa Blanca tiene 30 días para enviar el texto final al Congreso, y el presidente Enrique Peña Nieto tiene para suscribirlo hasta el 30 de noviembre.
En el ínter, el gobierno mexicano anunció medidas de represalia en contra de productos estadounidenses, como manzanas, carne de cerdo, whisky, acero laminado, arándanos, con aranceles desde 15 hasta 25% para entrar a México.
Antes de recomenzar las negociaciones, las quejas de productores y legisladores estadounidenses por las repercusiones de esas medidas empezaron a subir de volumen.
El senador de Kansas Pat Roberts advirtió al secretario de Comercio, Wilbur Ross, en una comparecencia, que la producción de algunos insumos agrícolas había caído 40%.
Las reuniones ministeriales se reanudaron la última semana julio. Guajardo y el canciller Luis Videgaray viajaron cuatro semanas continuas a Washington. Las reuniones serían entre EU y México, para tratar temas espinosos bilaterales, después se integraría Canadá.
En un lapso de seis semanas se negociaron los capítulos que faltaban, entre ellos, los controvertidos que se abordaron a nivel ministerial. ¿Qué destapó la negociación?
“Se le fueron acumulando (a Estados Unidos) frentes comerciales, la confrontación con China, con Europa, Turquía, y eso generó el espacio para que hubiera el verdadero deseo estratégico para empezar a acomodar las fichas comerciales del vecindario”, responde Guajardo.
Además, había reacciones entre los electores por las consecuencias de la guerra arancelaria con China y las represalias arancelarias de México. Paralelamente, México fue cerrando acuerdos comerciales, la modernización con Europa (que no sentó especialmente bien a EU), cerró el TPP-11 y amplió la Alianza del Pacífico, fortaleciendo las alternativas a un fin del TLCAN.
Los analistas estadounidenses habían advertido, desde antes de las elecciones mexicanas, sobre la agenda proteccionista de Andrés Manuel López Obrador y la complejidad de negociar con él si se convertía en el presidente de México. Ya convertido en presidente electo, y tras enviar mensajes de continuidad en la política comercial, López Obrador dejó claro que le interesaba que las negociaciones comerciales terminaran antes de su toma de posesión en una carta que envió a Trump vía Mike Pompeo, su secretario de Estado, en su visita a México. Y Trump le respondió que estaba de acuerdo, pero le instó a hacerlo rápido y lanzó una advertencia: “De otra manera, tendré que elegir un camino distinto al presente”.
El representante del gobierno electo en las negociaciones, Jesús Seade, participó en las últimas semanas en los encuentros bilaterales México-EU. Según una entrevista de radio, contribuyó a la solución que se encontró a la llamada cláusula de anulación de Estados Unidos: se haría una revisión del tratado cada seis años con la opción de hacerlo prorrogable 16 años más.
“El presidente electo llevó propuestas, el gobierno entrante le dio el espacio y nosotros fungimos como puentes para que eso sucediera, fue un trabajo intenso de dos semanas”, refiere Kalach.
Seade, en una entrevista radiofónica de Grupo Fórmula, comentó que a través de sus gestiones se replanteó el lenguaje usado en el tema energético. “Se plasma como punto de partida la soberanía del Estado mexicano sobre el manejo del sector”, dice.
Al final, Estados Unidos y México llegaron a un acuerdo, el 27 de agosto, en espera de un acuerdo de EU con Canadá, que también apoya México.
Y la pregunta obligada es: ¿Qué gana o qué pierde México?
A espera de la redacción final y de que se haga público al acuerdo, el capítulo de reglas de origen es el que generaba gran preocupación para la parte mexicana. Estas reglas definen porcentualmente, mediante una fórmula compleja, la procedencia de los componentes de un producto manufacturado. Se establece así si es un producto TLCAN o si debe someterse a los aranceles que rigen para el resto del mundo. La decisión final fue que para que un automóvil quede libre de aranceles en América del Norte, debe tener 75% de contenido regional, 40% del cual provendrá de zonas de altos salarios, en las cuales no está México.
El acuerdo no es del todo satisfactorio, aunque es mejor que el 50% de contenido estadounidense propuesto en un inicio por el socio mexicano. Permite a las empresas automotrices que no lo cumplan un periodo de tres o cuatro años de adaptación, y abre la puerta a inversiones adicionales para aquellas compañías que tengan su base productiva mayoritaria fuera de México.
“A ninguno de nosotros le gusta la idea de que una parte de la regla automotriz esté basada en componentes y producciones en regiones de altos salarios”, dice Kalach. Según sus cálculos, mientras México no crezca en niveles salariales, la regla impide que México fabrique el 100% de un coche para exportación, teniendo que producir un 25% fuera.
Lo que gana en ese tema México es una protección para que sus vehículos no sean afectados si Estados Unidos impone aranceles a sus importaciones de autos. “Lo que hice fue comprar como un ‘seguro’ por si llegan a aplicar la (sección) 232 (de la ley de comercio estadounidense) para que no le haga daño a México”, dice Guajardo.
Un ganador indiscutible del acuerdo es el campo mexicano, para el cual no aplica la imposición de tarifas a frutas de temporada.
Tampoco prosperaron las intenciones estadounidenses de debilitar los mecanismos de solución de controversias Estado-Estado (capítulo 20) e inversionista-Estado (capítulo 11). El capítulo 19, que tiene que ver con el establecimiento de paneles ante prácticas desleales de comercio contra exportadores o productores “libra la batalla para la defensa de Canadá”, señala Guajardo.
Al sector privado le preocupa que levantar los aranceles al acero mexicano no hayan sido parte del acuerdo final. Aunque son parte de un proceso distinto al TLCAN, Guajardo no descarta un cambio en la postura de EU si llegan a firmar el tratado en noviembre.
“Tiene que haber un acuerdo en este tema antes de finales de septiembre”, dice Kalach.
El balance general es positivo para México, que en varios momentos estuvo a punto de quedar fuera, según se ha filtrado en las investigaciones sobre la Casa Blanca de Trump, del marco referencial del libre comercio con América del Norte.
“Algunos (temas) pudieron estar una rayita atrás y una rayita adelante, pero, en su conjunto, es un gran mensaje de México al mundo, de ser capaces de aterrizar un tema tan complejo”, refiere Guajardo, satisfecho por un resultado no muy lejano del que se fijó como meta al principio de la negociación. Misión cumplida.
Estipula condiciones para facilitar transacciones con firma electrónica, reforzar ciberseguridad, libre flujo de productos digitales (libros, música, videos, etc.)
En sus objetivos centrales tiene la integración de estas empresas a cadenas de suministro globales, y así tengan una mayor participación en el comercio global.
Regulará aspectos para la integridad de gobiernos y funcionarios. Establece responsabilidades a empresas y cooperación entre Estados.
Su principal objetivo es promover la oferta competitiva de servicios. Aprovechar los beneficios de esta reforma en México en este sector.
Busca combatir el tráfico de especies silvestres, contaminación del aire y de los mares. Estipula prohibiciones para los subsidios a la pesca.
Garantiza la soberanía energética de México. Abre las puertas al desarrollo de energía sustentable. Aprovechar beneficios de la reforma en México.