Por: EDUARDO BAUTISTA
Hace seis años, la mayor preocupación de Daniel Vogel era el camión de la basura. Cada que pasaba, era muy probable que se quedara sin internet: los vehículos de carga nunca se han llevado bien con la colonia Condesa, en donde los cables que transmiten la señal están a tan baja altura que los camiones chocan contra ellos. “Cuando llegaba el camión, el cable se jalaba y yo corría para evitar que se lo llevara”, recuerda Vogel. “A veces, era un caos”.
Hace seis años, la mayor preocupación de Daniel Vogel era el camión de la basura. Cada que pasaba, era muy probable que se quedara sin internet: los vehículos de carga nunca se han llevado bien con la colonia Condesa, en donde los cables que transmiten la señal están a tan baja altura que los camiones chocan contra ellos. “Cuando llegaba el camión, el cable se jalaba y yo corría para evitar que se lo llevara”, recuerda Vogel. “A veces, era un caos”.
Y es que quedarse sin conexión siempre era una mala noticia para quien maquinaba, desde su computadora, un monstruo financiero. Nadie lo sabía entonces, pero lo que se gestaba en esa diminuta oficina era Bitso, el primer unicornio mexicano de las criptomonedas.
El caso de Daniel Vogel ilustra lo vertiginoso que es el universo fintech: lo que un día fue un rincón de emprendedores ‘locos’ en la Ciudad de México, al otro se convirtió en una compañía valuada en 2,200 millones de dólares.
Andrés Fontao, cofundador de Finnovista, no tiene la menor duda: el ecosistema fintech se ha convertido en una granja de unicornios, como se conoce a aquellas empresas que alcanzan un valor de 1,000 millones de dólares en su etapa más temprana de levantamiento de capital. “El problema que resuelven estos emprendedores es lo suficientemente grande como para justificar las valuaciones de unicornio que tienen sus empresas”, observa Fontao.
La inversión en capital de riesgo destinada a empresas fintech en México y América Latina ha crecido notablemente. Así lo muestran los datos más recientes proporcionados por Finnovista a Expansión. De enero a septiembre de 2021, el capital de riesgo en start-ups tecnológicas en América Latina superaba ya los 10,000 millones de dólares, más del doble que en 2019, cuando la inversión rondaba los 4,500 millones de dólares. Un 40% del capital está en empresas fintech.
No es casualidad que tres de las cuatro empresas unicornio que existen en México sean fintech: Bitso, Clip y Konfío. La otra es Kavak, que aunque se dedica a la compraventa de automóviles usados, en realidad su negocio está en la financiación de sus transacciones.
Álvaro Rodríguez Arregui, socio director de IGNIA, admite lo atractivo que se ha tornado el ecosistema fintech en los últimos años en Latinoamérica. Tan es así que hoy representa 31% de las inversiones de capital de riesgo. “Y todo proyecta que el crecimiento seguirá”, dice. “Un 60% de las start-ups fintech mexicanas recibieron algún tipo de financiamiento en los últimos meses de parte de un venture capital, incluyendo a IGNIA con Rapyd, Credijusto, Fondedora, Undostres y Abra en nuestro portafolio”.
El ecosistema fintech considera cuatro verticales principales. Las soluciones de pagos digitales predominan en la región.
Años atrás, la realidad era diametralmente distinta. Adolfo Babatz aún recuerda cuando Clip no valía ni un dólar. Durante varios días de 2012, se reunió con su socio Vilash Poolava en un Starbucks para platicar sobre una idea que, en ese momento, parecía una locura: que todos los negocios –hasta el más pequeño– pudieran recibir pagos electrónicos de cualquier tarjeta bancaria a través de un dispositivo barato, rápido y sencillo de utilizar, que se pudieran instalar en cualquier smartphone y fuera recargable.
“El comedor de mi casa: esa fue la primera oficina de Clip”, dice Babatz. En ese momento, la empresa solo se valía de una idea, una problemática detectada y ningún cliente. Por eso, cuando unos meses después se supo que inversionistas de Silicon Valley querían invertir en ella 1.5 millones de dólares –que, para ese entonces, representaba la ronda más grande levantada por una fintech en el país–, fue todo un escándalo.
¿Cómo había logrado una compañía minúscula levantar tanto dinero? Babatz lo sabría más tarde. “Fue la primera vez que llegó dinero de Silicon Valley a México”, recuerda. Hoy, Clip vale 2,000 millones de dólares.
Pocas industrias han crecido tanto en el mundo como la de la tecnología financiera. México no es la excepción. Aquí, la pandemia fintech contagió casi todo lo que encontró a su paso.
En 2018 solo había 180 fintechs en el país y actualmente se tienen contabilizadas más de 510, según los últimos reportes de Finnovista, la compañía de innovación y construcción de start-ups en Latinoamérica que tiene detectadas más de 1,500 financieras tecnológicas que están relacionadas con cuatro de las verticales que mueven el sector: insurtech, lendingtech, paytech y wealthtech.
Y aunque el ritmo de crecimiento era ya bastante rápido antes del coronavirus, la pandemia fungió como el acelerador más importante del sector. Tan solo de 2018 a 2020, la cantidad de empresas tecnológicas que ofrecen servicios financieros pasó de 273 a 441, es decir, un crecimiento de 38%. Y si se compara 2018 con 2021, ese porcentaje se eleva a 46.5%.
El surgimiento de unicornios fintech en los últimos dos años no se ha quedado atrás. De las 171 financieras tecnológicas que hay en el mundo, 124 se afianzaron entre 2020 y 2021, y de ellas, 90 están por debajo de los 2,500 mdd en valor, según datos de la plataforma de inteligencia de negocio CB Insights.
Entre 2020 y 2021* había 124 empresas del sector fintech que detentaban una valuación superior a los 1,000 mdd. Su valor conjunto era de 263,500 milones de dólares y las de Estados Unidos aportaban el 44.5%.
El 16 de marzo de 2020, el gobierno mexicano anunció que el nuevo virus del que tanto se hablaba en el mundo había llegado a México. De tajo, la dinámica social y económica cambió: solo las actividades esenciales podían seguir funcionando. Todos los demás comercios debían cerrar y las personas debían resguardarse en sus hogares para evitar más contagios.
Fue entonces cuando un ejército de motociclistas invadió las grandes ciudades del país. Entregaban comida y medicinas, pero también ropa y algunos de los artículos más inútiles de Amazon. Los smartphones se saturaron de apps. Con los bancos y las tesorerías cerradas, la gente catapultó el crecimiento de los servicios financieros digitales.
Las empresas que proveen soluciones digitales en la industria de los seguros es la vertical fintech que mayor impacto ha registrado a raíz de la pandemia.
Hay start-ups que, sin la pandemia, no hubieran crecido tanto. Es el caso de Mundi. Con menos de dos años de vida, esta fintech ya participó en una ronda de inversión de 7.8 millones de dólares. Los fondos Base 10 y FJ Labs invirtieron en ella a solo tres meses de su fundación, en abril de 2020. Semanas después, Silicon Valley Bank les otorgó una línea de deuda de 100 millones de dólares. Los inversionistas sabían que Mundi era el negocio perfecto: es la primera plataforma en México que ayuda a las pymes a exportar sus productos al extranjero a través de diferentes servicios basados en tecnología financiera.
Martín Pustilnick, su CEO y cofundador, asegura que el negocio ha crecido un 40% cada mes desde que comenzó la crisis sanitaria. “La pandemia obligó a muchas empresas a pensar en alternativas de hacer negocios. Muchas cambiaron la banca tradicional por opciones digitales como la nuestra”, afirma Paulina Aguilar, cofundadora y Country Manager de Mundi.
La firma contribuye a mitigar dos de los principales problemas a los que se enfrentan las pymes mexicanas cuando desean exportar: la falta de capital –pues muchas veces ya tienen órdenes de compra, pero no capital para producir– y el desconocimiento sobre qué tan buen pagador es su cliente en el extranjero. “Muchas compañías están cada vez más abiertas a entender cómo las fintech les pueden ayudar a tener más acceso a los servicios financieros, en vez de seguir con una banca o una financiera tradicional”.
Para Rodríguez Arregui, de IGNIA, esa es quizá la principal razón detrás del boom que ha experimentado el universo fintech. “Los bancos tradicionales ofrecen un servicio horrible y están ‘dormidos al volante’, se han olvidado del cliente y han sido muy torpes para innovar”, sostiene.
Foto: GUDINNI CORTINA
Por EDUARDO BAUTISTA
Escuchar que las pequeñas y medianas empresas son el motor de México es casi ya un cliché que se repite en los discursos políticos, en las sucursales bancarias o en los programas de televisión… Cualquier lugar es ideal para el optimismo institucional; pero la realidad no es un eslogan.
Esa dosis de realidad –y la obsesión por cambiarla– fue la que empujó a Konfío a voltear a ese segmento del que mucho se habla, pero poco se hace: las micro, pequeñas y medianas empresas.
Aunque las pymes aportan el 42% del producto interno bruto (PIB) y generan 78% de los empleos del país –según los datos más recientes del INEGI–, la realidad es que han sido olvidadas. En México, solo siete de cada 100 pymes reciben apoyos gubernamentales, según el informe ‘Perspectivas del emprendedurismo y las pequeñas y medianas empresas 2021’, elaborado por la OCDE.
Esas pymes olvidadas están siendo conquistadas por Konfío, la fintech que nació en 2013 con un objetivo: otorgar créditos a las empresas mexicanas, sobre todo, a aquellas que, por su tamaño, les resulta complicado acceder a los servicios de los bancos de siempre.
“El segmento de pequeñas y medianas empresas es un mercado gigantesco y poco atendido”, observa David Arana, CEO y fundador de esta empresa unicornio que recientemente alcanzó un valor de 1,300 millones de dólares.
Arana, como casi todos los emprendedores del ecosistema fintech en México, renunció a una vida aparentemente segura para labrar el camino propio, aunque fuera mediante riesgos y el doble de esfuerzo.
Antes de fundar Konfío –que hoy, además de créditos, también ofrece servicios financieros y herramientas de negocio–, Arana vivía plácidamente con su esposa en Manhattan. Trabajaba para Deutsche Bank, donde era uno de sus mejores ejecutivos. Su convicción, sin embargo, latía fuera de cualquier corporativo.
Pronto se dio cuenta de que la mayor necesidad de las pymes mexicanas era el crédito. Así que se dio a la tarea de utilizar la tecnología financiera para llenar el vacío que habían dejado los gobiernos y la banca tradicional. ¿O acaso ninguna pyme anhela obtener un crédito en 10 minutos?
A diferencia de sus competidores en el sector, Arana reconoce que Konfío no plantea expandirse a otras geografías. México, para él, sigue siendo la tierra más fértil. Por eso, la compañía se dedicó cinco años, sin ninguna otra distracción, a construir una plataforma 100% digital que ayudara a los micro, pequeños y medianos negocios del país a obtener un crédito.
“En 2019 nos percatamos de que, en promedio, un cliente que se sumaba a nuestra plataforma acrecentaba sus ventas 25% en un año”, comparte Arana, quien reconoce que la pandemia también fue un acelerador importante para algunas áreas de Konfío.
En su negocio principal, que es el otorgamiento de crédito a capital de trabajo, Arana dice que han crecido 60% el trimestre. “También tenemos una tarjeta de crédito corporativa que lanzamos el año pasado, y que ha tenido un crecimiento fenomenal: en lo que va del año, estamos duplicando ese negocio cada dos meses”. Y si a eso se añade la compra de Sr. Pago para competir con otras firmas de métodos digitales de pago, lo que se está gestando es un emporio.
Konfío ha escalado a niveles que eran inimaginables hace ocho años. En septiembre, una inyección de capital por 235 millones de dólares liderada por QED Investors y Tarsadia Capital la transformó en una empresa unicornio. Casi un año antes, ya había recibido otra inversión por 100 millones de dólares de parte de la firma japonesa Softbank.
Arana celebra que las fintechs ya no deban convencer a los inversionistas con presentaciones que siempre comenzaban con la lista de bondades de América Latina. Hoy, dice, los fondos ya conocen la región y la identifican con un gran potencial de negocio.
Sin embargo, coincide con sus competidores en que el ecosistema fintech aún es muy joven: “Si esto fuera un maratón, estaríamos en el primer kilómetro todavía”.
Por EDUARDO BAUTISTA
Foto: LAURA GARZA
En 2008, Adolfo Babatz cumplió el sueño de millones: entrar al selecto mundo de Silicon Valley. Allí, fue el empleado número tres de PayPal para América Latina y el encargado de abrir el negocio en México.
Pudiera pensarse que Babatz había llegado ya a la cúspide de su carrera. Pero lo suyo no era trabajar para el éxito ajeno. Fue así que en 2012 abandonó PayPal –donde lo que más aprendió fue a crear productos de recepción de pagos– para iniciar su propio viaje.
En San Francisco, Babatz se dio cuenta del enorme problema que tienen los negocios para aceptar pagos, sobre todo, en México. En PayPal, este emprendedor mexicano ya había trabajado en diversos modelos de aceptación de tarjetas para iPhones. Su labor era, básicamente, construir productos o medios de pago para hacer la vida más sencilla y segura a las empresas y a los clientes.
De algún modo, ese fue el germen de Clip, esa terminal de color naranja que muchos identifican cuando llega la hora de saldar la cuenta en algún restaurante o en cualquier otro negocio.
Hace nueve años comenzó la aventura de Clip con Adolfo Babatz como principal capitán del barco. Su objetivo era lograr que todos los negocios –sin importar su tamaño o su giro– pudieran aceptar pagos electrónicos desde cualquier tarjeta bancaria.
Solo con esa idea, algunos demos, sin clientes y una problemática bien detectada, a finales de 2012, Clip se convirtió en la primera fintech en levantar dinero de Silicon Valley. “Estábamos en una etapa muy temprana y había muy pocos fondos [que quisieran invertir en start-ups tecnológicas]. Los buenos fondos se contaban con tres dedos de una mano; el resto no servía para nada”, recuerda Babatz.
Babatz sabía que, en México, la gente desconfía cuando paga con tarjeta, ya sea por temor a un fraude o una clonación. Por eso decidió que más de una tercera parte del capital levantado se destinaría al diseño y al hardware de la terminal. Nadie querría pasar su tarjeta por un dispositivo oscuro o complejo que proyectara desconfianza. Además, Babatz y sus socios querían que los negocios se sintieran orgullosos de utilizar la terminal de Clip.
“Mucha gente de los bancos me decía: ‘¿Para qué te preocupas por eso? A esa gente no le importa’”, recuerda Babatz. “Pero nosotros hicimos la apuesta por respetar al comercio y al consumidor”.
Hoy, Clip tiene un valor de 2,000 millones de dólares y registra un aumento considerable en el número de pagos electrónicos con su terminal. Y sí, la pandemia fue la causa principal, aunque al inicio las cosas no pintaban nada bien.
Durante los primeros meses de la pandemia (marzo, abril y mayo), Clip experimentó una “caída brutal”, pero después comenzó una recuperación sorpresiva.
“La subida fue exactamente igual a la bajada y a la misma velocidad. Para junio de 2020, ya estábamos en el mismo nivel que en febrero (un mes antes de que comenzara la crisis sanitaria)”, asegura Babatz.
El secreto de esta recuperación, dice, fue la terquedad de Clip por no suspender operaciones ni recortar gastos en rubros esenciales (aunque admite que sí dejaron de invertir en marketing).
“Lo que empezamos a ver fue una sustitución del efectivo por métodos digitales de pago”, señala el empresario. “Solo por mencionar un número [de proporción], si antes de la pandemia un comercio hacía 10 transacciones, para agosto de 2020 ya estaba haciendo 15, aunque con tickets más pequeños”.
Sin embargo, el crecimiento del ecosistema fintech –al que pertenece Clip– no se dio de la noche a la mañana. Babatz asegura que es el resultado de ocho años de emprendimientos y esfuerzos.
Lo que hoy quiere Clip, dice Babatz, es crear un ecosistema de comercio para que los negocios puedan satisfacer todas sus necesidades. A eso estuvo encaminada la última ronda de inversión de la empresa. “El 80% de nuestros comercios, hasta antes de Clip, no aceptaban pagos digitales, cobraban puro efectivo. Esta es la primera gran historia de inclusión financiera en el país y la primera gran historia de disrupción tecnológica que hay en México”.
Foto: PAULO GUIMARAES
Por EDUARDO BAUTISTA
En 2015, lo único que imaginaban Daniel Vogel, Ben Peters y Pablo González era un mundo donde el dinero funcionara de manera diferente. Un mundo en el que la gente pudiera hacer transacciones con comisiones más justas, sin bancos ni gobiernos como intermediarios. El sueño parecía lejano: la fiebre bitcoin aún no llegaba con fuerza a América Latina.
“Si me hubieran preguntado si creía que un país de la región sería el primero del mundo en adoptar a bitcoin como una moneda de curso legal, habría respondido que las probabilidades de que eso sucediera eran muy bajas”, reconoce Vogel.
Hoy, ese país es El Salvador. Y Bitso, la puerta de América Latina al mundo de las criptomonedas, que no dejan de ser tan atractivas como volátiles. De hecho, Bitso es el principal proveedor de servicios cripto en esa nación centroamericana.
“Mucha gente nos decía que estábamos completamente locos”, recuerda Vogel, quien a sus 35 años es el CEO de esta compañía valuada en 2,200 millones de dólares.
La cosa es sencilla en Bitso: el usuario descarga la app, se registra y, a partir de ese momento, puede comprar y vender fracciones o unidades completas de criptomonedas. No se necesita ser rico para lograrlo. Con 100 pesos –el monto mínimo para abrir una cuenta– puede comprar cuatro XRP, cinco DAI o una fracción ínfima de un bitcoin, cuyo valor ronda un millón 355,000 pesos.
Independientemente de que cada vez hay más negocios que aceptan criptomonedas, el crecimiento de compañías como Bitso demuestra que esta tecnología es una de las mayores revoluciones en la historia del dinero desde la invención del papel.
“El caso de Bitso [en la pandemia] fue muy interesante porque mucha gente que había escuchado que las criptomonedas eran útiles para algo, pero que les daba miedo usarlas, ahora estaban encerradas en casa, queriendo hacer una transferencia internacional a través de la tecnología cripto, sencillamente porque la banca tradicional estaba cerrada”, observa Vogel.
Los dueños de Bitso han percibido un “crecimiento bestial” de su negocio en estos últimos 18 meses de pandemia. Ya son miles los trabajadores freelancers que cobran con criptodivisas en México, Argentina y Brasil, según Vogel. Las transferencias que reciben de las empresas para las que trabajan, dice Vogel, son seguras e instantáneas.
Apenas el año pasado, Bitso llegó a un millón de clientes. Una meta que les costó seis años de trabajo. La pandemia, sin embargo, aceleró ese registro.
“De repente conseguimos otro millón, y otro millón, y acabaremos el año con otro millón más. Todo en un periodo de 18 meses”, comparte Vogel.
Cuando comenzó la crisis sanitaria, Bitso pintó escenarios muy oscuros. Vogel confiesa que pensó que todo mundo sacaría su dinero de las criptomonedas por temor a una crisis y, posiblemente, el negocio colapsaría. Pero no fue así. En mayo pasado, Bitso levantó 250 millones de dólares, convirtiéndose en una de las tres empresas unicornio del país. La ronda de inversión fue liderada por los fondos Tiger Global y Coatue.
“[La pandemia] ha atraído a muchos inversionistas nuevos que antes solo estaban curioseando. Ahora las inversiones y las remesas en cripto han crecido muchísimo”, asegura Vogel, quien sabe que todo en la vida son ciclos.
“Las criptomonedas nacieron después de la crisis financiera de 2008, pero todos los ciclos acaban. No hay uno en la historia de la humanidad que no haya terminado. No puedo decir cuándo acabará este, pero me gustaría pensar en un mundo donde todo mundo usa fintechs, aunque en ese mundo ya no haya crecimiento [para nosotros] por el nivel de penetración al que hemos llegado, igual que pasó con los smartphones”, externa.
INFORMACIÓN: Eduardo Bautista / DISEÑO Y PROGRAMACIÓN WEB: Evelyn Alcántara / COORDINADORA DE FOTOGRAFÍA: Betina Garcia / MAQUILLAJE Y PEINADO: Luz Lozada