Una pintura del presidente ucraniano Volodimir Zelenski en el centro histórico de Varsovia. El presidente y comediante se ha convertido en un icono de valentía entre los polacos.

Una pintura del presidente ucraniano Volodimir Zelenski en el centro histórico de Varsovia. El presidente y comediante se ha convertido en un icono de valentía entre los polacos.

La herida abierta de Polonia:

cómo vive el país que acoge a los miles que huyen de la guerra



Polonia es el destino natural de los refugiados que escapan de la invasión: comparte su frontera más larga con Ucrania y es la puerta de entrada a la UE. Este país tiene un pasado marcado por la guerra, hoy sus habitantes reviven esas historias desde otro ángulo.



Fotos y texto por:
Diana Nava

V


VARSOVIA, Polonia.- Valeria Moroz ya sabía lo que es huir de la guerra antes de que las fuerzas rusas invadieran Ucrania en febrero pasado. Hace ocho años, cuando tenía 16, ella y sus padres dejaron su hogar al sureste del país. Las fuerzas militares de Moscú habían tomado Crimea, en un suceso que precedió la guerra que hoy se vive en el este de Europa. Esa fue la primera huída.

Valeria dice recordar poco, pero sabe que nunca más pudo volver a casa. Se instaló con sus padres en Kiev, la capital ucraniana. Fue a la universidad, consiguió un empleo, nació su hermana, compraron de nuevo una casa. Pero ha sido forzada a huir de nuevo. Esta vez Valeria tiene más detalles: dice que salieron de Kiev a las 9 de la mañana poco después de que escucharon las primeras bombas, que manejaron 25 horas por carretera, que esperaron 16 horas en una línea de tres kilómetros para cruzar la frontera con Polonia, que su padre tuvo que quedarse en Bucha porque a los hombres no se les permitió salir, que aún en la fila estaba asustada, que recuerda aviones sobrevolar la frontera y que pensó que en cualquier momento podría morir.

Dice que se alegra que su hermana aún sea pequeña, porque podrá aprender rápidamente polaco y lo más probable es que olvide la mayoría de los detalles de lo que ha sido su última travesía, como ella lo hizo la primera vez que se vio forzada a migrar.

Valeria Moroz

24 años

Valeria Moroz. Llegó a Varsovia durante los primeros días de marzo. Tiene 24 años y ha vivido de cerca los dos enfrentamientos armados que se han registrado en Ucrania en las dos últimas décadas: la invasión de Crimea y el conflicto que comenzó en febrero.

“La primera vez que sucedió tenía esperanzas de que la guerra terminaría pronto, que regresaría a casa y que todo volvería a la normalidad, pero eso nunca pasó”, cuenta en una cafetería en el centro de Varsovia.

–¿Y ahora, tienes esperanzas?

– ¿Esperanza? No, ahora no tengo ninguna. Quiero tenerla, pero mi sentido común me dice que es mejor no tenerla. Me encantaría sorprenderme y que el conflicto termine pronto, que pudiera regresar a Kiev. Pero no, prefiero no pensar en ello, es muy cansado y yo ya estoy muy agotada. Lo que sea que hayas construido ya ha sido destruido y a nadie le importa. Ya solo eres tú y tu propia vida.

Valeria es seria y tiene un semblante duro, acorde con quien tiene apenas 24 años y ya ha vivido dos guerras. Dice que no le gusta hablar de estos temas, pero lo hace con templanza: “Algunos de mis amigos también huyeron, otros no pudieron y se quedaron en Ucrania, algunos pasan los días buscando a sus familiares. Otros ya fueron asesinados”.

Antes de dejar Ucrania consiguió un empleo bien remunerado como auditora de estados financieros en una empresa multinacional de consultoría, no ha dejado de trabajar de manera remota desde el inicio de la guerra. Al llegar a Polonia, se estableció en el departamento que uno de sus compañeros de trabajo tiene en Varsovia y en el que le ha permitido quedarse unos meses, en lo que define un plan. Pero dice que no sabe qué hará, perdió su pasaporte en la huída y aún no decide qué seguirá para ella y su familia. Sabe que un día deberá tomar una decisión, pero por ahora prefiere no pensar. Dice que podría intentar buscar refugio en Estados Unidos o en Canadá, pero nada está decidido y por ahora Polonia la hace sentir segura.

Las calles de Varsovia están llenas de propaganda en contra del presidente ruso Vladimir Putin. Los polacos nunca han sido afines al gobierno ruso y ese desacuerdo ha crecido en los últimos meses.

Un país acostumbrado a la guerra

Los polacos saben bien lo que es la guerra. Hace más de siete décadas, Polonia se partió en dos. No fue una decisión voluntaria, el primer día de septiembre de 1939 fue invadida por las tropas de la Alemania Nazi, lo que marcó el inicio del conflicto armado. Dos semanas después el este fue tomado por la Unión Soviética.

Entre los polacos corre una especie de resentimiento hacia los países de la Unión Europea: los habitantes de Varsovia afirman que las grandes potencias les dejaron solos. Hoy la línea que separaba ambas mitades ya es solo una franja de metal que atraviesa la parte moderna de la capital polaca, pero el recuerdo queda y los polacos no quieren ser indiferentes. “Sabemos cómo se siente que te dejen solo y no queremos hacer lo mismo. Estamos haciendo lo que no hicieron por nosotros”, dice Magdalena, una escritora polaca.

Polonia, que está al oeste de Ucrania, es el destino natural para quienes decidieron salir: el país hace frontera con Alemania, la principal entrada hacia la región central de Europa y desde hace más de una década ha registrado una ola migratoria continua desde el país que hoy está en guerra.

En 2004 Polonia se adhirió a la Unión Europea, con ello su economía se saneó, elevó la calidad de los salarios y la cantidad de empleos que puede ofrecer. Hasta antes de la guerra, a los ciudadanos ucranianos ya se les podía encontrar manejando taxis, sirviendo en restaurantes o haciéndose cargo de la limpieza en casas y hoteles. Para muchos de quienes ahora huyeron el territorio ya era conocido. Para los polacos tampoco era algo nuevo, han convivido con los nacidos en Ucrania desde hace décadas, algunos comparten el ruso como segundo idioma o los tienen como vecinos en algunos de los viejos edificios de Varsovia.

Hoy Polonia ya tiene más de 3.5 millones de nuevos habitantes, según la Agencia de Refugiados de la ONU (ACNUR), alrededor de un 10% más de la población que tenía antes del inicio de la guerra. La mayoría de quienes migran se han dirigido a las ciudades más grandes, principalmente Varsovia, en donde la población ha aumentado en 20% desde el inicio de la guerra, según los datos del gobierno polaco. El país del este de Europa ya es el segundo destino con más refugiados en el mundo, solo detrás de Turquía.

Fuera de las principales estaciones de tren y autobús, se han instalado carpas para recibir a los refugiados provenientes de Ucrania. Cada vez llegan menos, el flujo migratorio ya ha disminuido.

Hasta antes del conflicto, los polacos no estaban del todo contentos con la migración desde Ucrania. Existe otra sensación de resentimiento por lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial: una fracción de ucranianos colaboró con la Alemania nazi en la persecución de la población judia, uniéndose a su ejército o como guardias en los campos de concentración. De ahí el principio del rechazo. Pero la idea entre los polacos evolucionó y hasta hace poco las quejas iban en torno a que los nacidos en Ucrania arrebataban algunos empleos o aumentaban el precio de los alquileres.

Pero ahora, Ucrania está en guerra y contra ello no existe ningún argumento que le dé batalla. “Polonia es una sociedad completamente polarizada, hay discusiones todo el tiempo por política, religión y por la libertad sexual. Recibir a los refugiados de Ucrania ha sido en mucho tiempo el único tema en que hemos estado de acuerdo”, explica Magdalena.

Las calles de Polonia delatan ese punto de acuerdo. La bandera de Ucrania fue colocada a mediados de marzo en todos los sitios posibles, como si fuera una campaña de publicidad planeada con esmero. La avenida principal del centro de Varsovia tiene decenas de pares de banderas: una polaca y una ucraniana. El azul con amarillo está en los restaurantes, las paradas de autobus, las bicicletas públicas, los edificos del Congreso, las embajadas, los centros comerciales. Y la bandera se vende en casi todas las tiendas de souvenirs o en puestos en la calle: entre ocho y diez zlotys por cada una –entre 45 y 50 pesos mexicanos–.

Cocinar para los refugiados

Dos días después de haber iniciado la guerra, Julian Karewicz tomó una decisión que cambiará la forma en cómo contará a sus hijos la historia del enfrentamiento armado entre Rusia y Ucrania. Al relato sobre los conflictos geopolíticos que hoy tienen lugar en el este de Europa, el chef polaco podrá añadir que cocinó hasta 1,400 porciones de comida diarias para quienes durante los primeros días de marzo decidieron dejar territorio ucraniano y que, unas semanas después, cuando el flujo migratorio había bajado, decidió dejar el mando de la cocina que improvisó a alguien más y tomar su auto para internarse en el este de Ucrania y entregar comida a quienes decidieron no abandonar su hogar.

Julian Karewicz

Julian Karewicz se trasladó a la frontera con Polonia dos días después de que comenzó la guerra. Es chef e Instaló una cocina provisional, en donde cocinó hasta 1,400 porciones diarias de alimentos.

Julian dice que ya sabía que la invasión de Rusia a Ucrania sucedería, los rumores ya eran muchos y él, un aficionado de la historia y la geopolítica, había invertido gran parte de su tiempo de los últimos meses en leer sobre el tema. Pero el día llegó, era 24 de febrero y Julian se quedó en shock.

“Ya sabía que pasaría, pero aún así quedé totalmente impactado. Los primeros dos días la mayoría solo seguíamos puntualmente las noticias, sabíamos que teníamos que hacer algo, que de verdad deberíamos. Y entonces veía que todos mis amigos publicaban en redes sociales, que algo querían hacer, pero nadie sabía qué. Y entonces pensé que lo mejor que sé hacer es cocinar y que sería más fácil si me unía a uno de ellos”, dice en una entrevista en un restaurante del centro de Varsovia, la ciudad que quedó completamente destruida tras la Segunda Guerra Mundial y que hoy tiene fotografías e ilustraciones de Volodimir Zelenski​, el comediante y presidente de Ucrania, en muchas de las ventanas de sus edificios y restaurantes.

Tres días después del inicio del enfrentamiento armado, Julian ya estaba con su mejor amigo, también chef, en uno de los puntos de recepción en el este de la frontera con Polonia. Improvisaron una cocina, pidieron ayuda en redes sociales y a sus amigos de la industria restaurantera. En un par de días ya habían recibido donativos por alrededor de 10,000 euros –más de 200,000 pesos mexicanos– y decenas de cargamentos de comida. “Era como magia, todo lo que pedías llegaba en menos de 24 horas”, dice. Julian perdió la cuenta de cuánta comida cocinó, pero bromea con que ha sido mucha más de la que cocinó en un año como chef.

—Si tuvieras que decir una sola razón por la cuál decidiste trasladarte a la frontera, ¿Cuál sería?

—La respuesta es sencilla y puedo decirte que todos aquí así lo sentimos. Nosotros sabemos lo que es vivir en guerra, y es como si no hubiésemos dejado de estar en guerra durante décadas, todos estamos en modo de supervivencia, es como si fuera algo que pasará por la genética. ¿Me entiendes? Estamos cansados de que se nos relacione todo el tiempo con ello, este es el momento de cambiarlo, es como quitarle el peso a quienes vienen, a las siguientes generaciones. Polonia ya podrá dejar de ser relacionada sólo con la Segunda Guerra Mundial porque ya no somos eso. Creo que estamos sanando.

Historias como la de Julian se repiten a lo largo de Varsovia. Melgosia Ciszkowska, una chef y dueña de dos restaurantes en Varsovia, siguió la misma receta que Julian: un par de días después de iniciada la guerra tomó prestado el food truck de un amigo y se dirigió a la frontera con Ucrania. Cocinó 700 platillos diarios durante un par de semanas, consiguió donativos de compañías y de sus amigos de la industria restaurantera. Viajó durante semanas entre Varsovia y la frontera. Hasta que decidió dejar las actividades en manos de alguien más.

Melgosia Ciszkowsk

Melgosia Ciszkowsk es chef y dueña de dos restaurantes. Viajó a la frontera en un food truck para preparar comida, días después se convirtió en la encargada de la cocina de uno de los principales centros de recepción de migrantes en Varsovia.

Volvió a la capital polaca para hacerse cargo de la cocina de uno de los puntos de recepción de migrantes que está cercano a una de las principales estaciones de tren de la ciudad. Melgosia cocina ahí los alimentos para quienes recién dejaron Ucrania y eligieron Varsovia como el punto como hogar de acogida o para iniciar su travesía hacia otros sitios de Europa.

En la cocina se ayuda de voluntarios, principalmente mujeres ucranianas con gusto por cocinar. Melgosia habla dos idiomas, polaco e inglés –una cosa poco común en el país del este–, pero con su grupo de voluntarias se comunica con un traductor web. Ninguna de ellas habla otro idioma más allá del ucraniano.

Melgosia tampoco sabe qué seguirá para ella, más allá de administrar sus restaurantes. El albergue cerrará pronto porque cada vez el flujo de migrantes desde Ucrania es menor.

Dice que la guerra, de cierta forma, le inyectó un poco de energía que la cotidianidad le había quitado. Ahora planea un proyecto para capacitar a los llegados desde Ucrania a cocinar y operar un restaurante. La pandemia dejó en crisis a muchos de los hoteles y restaurantes, ellos también necesitan a los ucranianos para reactivar su economía. “La magia de la cocina es que no se necesita hablar el mismo lenguaje”, dice en el comedor del punto de recepción después de que terminó su día de labores. Eran las 10 de la noche.

Una crisis que está por comenzar

Los puntos de recepción se levantaron desde los primeros días de iniciada la guerra en los sitios cercanos a la frontera o en las principales estaciones de tren y autobuses. Son tiendas gigantes de lona blanca. Los primeros días, la gente que provenía de Ucrania dormía en el suelo, en camas improvisadas, era invierno —con temperaturas por debajo de los cero grados centígrados—. Pero de a poco las tiendas comenzaron a tener más órden y más forma. Centenas de camas angostas con un número al frente se desplegaron en hileras y en cajas se colocaron miles de productos: champús, jabones, toallas sanitarias, pañales. Ahí llegan los ucranianos que no saben a dónde ir, que no tienen familia que viva cerca o que ni siquiera han decidido a dónde quieren llegar.

Los puntos de recepción ya se están levantando. Cada vez quedan menos. El ritmo de llegadas se ha ralentizado en comparación con principios de marzo. En los primeros días Polonia recibía alrededor de 100,000 refugiados diarios, el número disminuyó a 20,000 al día durante mayo, de acuerdo con el último informe de la ONU. Ahora un fenómeno nuevo está apareciendo: los nativos de Ucrania están cruzando de nueva cuenta la frontera, pero ahora en dirección contraria, para volver.

100,000

ucranianos entraron diariamente a Polonia durante marzo, el número ya se ha reducido a 20,000 al día, según la Agencia de Refugiados de la ONU. Ahora un nuevo fenómeno ha comenzado: los nativos de Ucrania han comenzado a volver a su país, de ellos aún no hay una cifra.

Los migrantes ucranianos llegan a los puntos de recepción en donde pueden permanecer por días hasta que deciden hacia dónde ir. Son grandes tiendas de lona blanca, con centenas de camas y víveres. Los puntos cada vez son menos debido a que ya hay un menor flujo migratorio.

Los recién llegados también encontraron otra opción para su recepción: los polacos que abrieron sus casas como hogares de acogida. Katarzyna Donmez fue una de ellas. A inicio de abril, dos semanas después de divorciarse, leyó una publicación dentro en un grupo de mujeres que viajan en Facebook: una mujer ucraniana, Natalya, pedía ayuda para ella, una de sus hermanas y cinco niños. Pedían un lugar para quedarse por tiempo indefinido, en lo que terminaba la guerra o podían rentar un lugar. Ninguno de ellos habla inglés, solo ucraniano y un poco de ruso. Hace unos días cumplieron dos meses de vivir en Varsovia. Los niños ya van a la escuela. Natalya ha comenzado a trabajar de manicurista, su hermana en una guardería para niños recién nacidos.

Los datos del gobierno polaco dicen que alrededor de 1.8 millones de personas provenientes de Ucrania están o han vivido en casas de ciudadanos polacos. La administración de aquel país ha ofrecido un pago de 40 zlotys —alrededor de 190 pesos mexicanos— diarios por cada refugiado a quien den alojamiento. Katarzyna dice que no ha recibido ningún pago, pero que tampoco le interesa solicitarlo. Ha dado a Natalya y su hermana hasta los últimos días de julio para encontrar un lugar propio.

Polonia podría gastar hasta este año alrededor de 26,000 millones de dólares —alrededor de 500,000 millones de pesos mexicanos— en acoger a los refugiados que huyen de la guerra. El gobierno polaco dijo en una cumbre reciente con países de la Unión Europea que desde el inicio de la guerra ya ha gastado alrededor de 12,000 millones de dólares en costos de vivienda y otros servicios para recibir a los refugiados. La cifra podría más que duplicarse si los ucranianos se establecen en Polonia en lo que resta del año.

Piotr Mendygral recibió a cuatro familias provenientes de Bucha desde marzo. En total, 15 personas —todos mujeres y niños— viven en su hostal en uno de los barrios más céntricos de Varsovia. Cuando la guerra comenzó, el turismo aún no volvía, la vacuna contra el coronavirus apenas tenía sus primeros efectos en la industria en la que ​​Piotr participa y el Estadio Nacional de Varsovia —de donde provienen la mayoría de sus clientes— aún estaba cerrado. ​​Piotr decidió llenar esos cuartos vacíos por la falta de turismo con personas que huían de Ucrania, a cambio, ellas le ayudan a mantener su hostal en orden.

Piotr Mendygral

​​Piotr Mendygral es el dueño de un hostal en el centro de Varsovia. Viajó a la frontera para trasladar a algunos refugiados ucranianos a Varsovia, ahora su hotel da alojamiento a algunas familias.

Algunos pequeños empresarios como Piotr recibieron el apoyo de algunas organizaciones, quienes le daban una cantidad por cada refugiado que acogiera en su hotel. Esto último fue un respiro también para él. Como a miles de empresarios de la industria hotelera, la pandemia les costó demasiado.

En los primeros días del conflicto, Piotr tomó su auto y se trasladó decenas de veces a la frontera para trasladar a quienes huían de Ucrania. Perdió la cuenta de cuántas personas recogió en los puntos de acogida, pero sus cálculos las sitúan en alrededor de 200.

Piotr dice que por ahora no existe gran conflicto con que los nacidos en Ucrania habiten en Varsovia, pero que cree que pronto podría estallar una crisis humanitaria. Los polacos ya están comenzando a pedir a sus invitados ucranianos dejar los sitios y les han pedido conseguir un nuevo lugar. El verano está cerca y es la temporada en que Piotr recibe más visitantes en su hotel. Pronto necesitará que las recámaras estén disponibles.

El gobierno polaco también ha comenzado a retirar los beneficios especiales a los ucranianos, ha decidido suspender el pago a los hogares de acogida y el uso gratuito de transporte público, aunque los refugiados podrán continuar teniendo derecho a las prestaciones que tienen los residentes de Polonia.

El doble discurso polaco sobre la migración

Polonia experimenta dos olas migratorias: recibe a quienes huyen de la guerra en Ucrania, pero ha prohibido el paso a los refugiados de Medio Oriente que escapan de los conflictos armados que comenzaron hace décadas. Polonia ha comenzado a construir un muro en su frontera con Bielorrusia.

Aleksander Pinot también es dueño de un hostal al sur de Varsovia. También acogió a dos familias provenientes de Ucrania y les ha dado empleo en el edificio esperando que durante verano la ocupación, después de dos años álgidos por la pandemia, aumente. A inicios de mayo, Pinot tuvo que pedir a otro de sus huéspedes que se marchara: un joven yemení que cruzó a inicios de enero desde Bielorrusia.

Polonia vive otra ola migratoria que levanta una gran discusión entre polacos: las decenas de refugiados que llegaron a Bielorrusia desde Medio Oriente de países como Yemén, Siria o Afganistan, —que han estado envueltos en conflictos armados desde hace más de una década— para cruzar hacia territorio polaco y desplazarse de ahí hacia otros países, principalmente Alemania.

La punta de esta crisis comenzó en noviembre pasado, cuando el gobierno del presidente bielorruso Alexander Lukashenko ordenó a las autoridades del país escoltar a miles de solicitantes de asilo hacia la frontera con Polonia, hacia el terreno boscoso, que separa ambas naciones y que durante invierno alcanza temperaturas muy por debajo de los cero grados.

Polonia tiene un doble discurso en cuanto a la migración, dice Cezar, un activista polaco, que viaja de manera recurrente al bosque entre Polonia y Bielorrusia a intentar ayudar a quienes ahora viven ahí, en espera de algún cambio que les permita internarse en territorio europeo. El gobierno polaco ha prohibido a sus ciudadanos auxiliar a los refugiados de Medio Oriente: llevarles alimentos les puede costar una sanción de alrededor de 50 euros y darles asilo una pena en la cárcel de hasta 10 años. Bielorrusia también comparte frontera con Ucrania.

“Es una broma cuando nos dicen que podemos ayudar de un lado de la frontera y del otro no. Puedo llevar un recipiente de sopa cerca del territorio ucraniano y eso está bien, pero camino un par de kilómetros y se vuelve ilegal”, dice Cezar, que ya ha sido multado en varias ocasiones.

“Polonia tiene un problema de racismo, y si estamos dando la bienvenida a los ucranianos es porque son blancos como nosotros, el polaco le tiene miedo a lo que es diferente”, dice mientras pasea a su mascota en uno de los parques que están cerca de la línea que marca lo que fue el principal gueto de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial. Polonia ha comenzado a construir un muro de 186 kilómetros de largo en su frontera con Bielorrusia para impedir que los refugiados de Medio Oriente entren al país.

En el centro de Varsovia es prácticamente imposible diferenciar a alguien de Ucrania caminando entre las calles. El color de piel es el mejor de los camuflajes. En la principal avenida del centro viejo de Varsovia se dan cita a diario dos mujeres jóvenes, con una bocina y un micrófono. Casi nadie de los que por ahí pasan entienden lo qué están cantando. Anastasia y Malwa cantan en ucraniano, con una bandera azul y amarilla pegada delante de la pequeña bocina. Malwa llegó hace un par de años, pero Anastasia huyó de Kiev durante los primeros días de la guerra. Viajó hacia Alemania como primer destino, pero decidió establecerse en Varsovia.

Sabe que no volverá pronto a casa y ha decidido continuar, de la manera que le sea posible, con su vida. Hasta antes de la guerra, cantaba en cruceros y centros de entretenimiento principalmente en Asia. Pero llegó la pandemia y después la guerra. Hoy vive en Varsovia y canta en las calles de Polonia en su idioma natal, algo que no había hecho antes.

Los polacos están reviviendo las historias de guerra que escucharon de sus abuelos o de sus padres, pero dicen que es el momento de resignificar. Están viviendo el conflicto a cientos de kilómetros y no existe ningún indicio de que el gobierno ruso expanda los ataques. Como sea, los polacos están alertas, Julian ha comenzado a pensar en tomar algún entrenamiento militar, Cezar dice que enviará a su hijo a estudiar la universidad fuera de Polonia, los amigos de Melgosia han comenzado a comprar propiedades fuera de territorio polaco. Pero para Anastasia, que canta todos los días en el centro de Varsovia, un nuevo capítulo está iniciando.

Una mujer ucraniana en una manifestación en el centro de Varsovia, en un escenario que se ha vuelto común en los últimos meses: movilizaciones de refugiados que llaman al fin del conflicto..

Anastasia llegó a Polonia a inicios de abril después de haber intentado refugiarse en Alemania. Huyó de Kiev en los primeros días de guerra, es cantante y ahora ejerce su profesión en las calles del centro de Varsovia.

A la izquierda, una mujer ucraniana en una manifestación en el centro de Varsovia, en un escenario que se ha vuelto común en los últimos meses: movilizaciones de refugiados que llaman al fin del conflicto. A la derecha, Anastasia llegó a Polonia a inicios de abril después de haber intentado refugiarse en Alemania. Huyó de Kiev en los primeros días de guerra, es cantante y ahora ejerce su profesión en las calles del centro de Varsovia.



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