Chamarra, Socarrás para Step on Fashion; camisa, 1/8 Takamura; pantalón, Belisa Pulido.





El cantante lanza De adentro pa’ fuera, un compendio no consciente de los géneros musicales de Latinoamérica. Convertido en una estrella global, repasa junto a Life and Style los profundos cambios que han atravesado su vida.


Texto: Daniel González
Fotos: Manuel Zúñiga
Moda: Fernando Fernández

Han pasado ya casi dos horas desde que Camilo, destacado miembro de ese obstinado grupo de brigadistas de la nueva música latinoamericana, llegara a la Ciudad de México para completar la gira que un desafortunado caso de Covid obligó a cancelar el pasado mes de junio. Dos días después, el cantante colombiano se subirá al escenario de la Arena Ciudad de México, pero antes, Sony Music presentará al mundo De adentro pa' fuera, el tercer trabajo de estudio de quien ahora tararea el Come Together de The Beatles en el fondo de una alberca olímpica vacía. Estamos en un viejo caserón de la colonia San Miguel Chapultepec, donde Camilo ha llegado junto a un coqueto entourage (al menos no del tamaño que se espera en una estrella de su talla) que observa con atención todos sus movimientos.

También están sus inseparables progenitores, Eugenio Echeverry y Lía Correa, influencia definitiva en la personalidad del artista, como posteriormente nos desvelará el propio Eugenio en una conversación robada a salto de mata entre fotografías y cambios de look. “En nuestra casa sonaba de todo. Paco de Lucía y Camarón de la Isla, por ejemplo, pero también Joan Manuel Serrat y muchos boleros”, confesará mientras admitimos, convencidos, que pasarán siglos hasta que un género musical latinoamericano sea tan influyente como el bolero.

Suéter, La Petite Mort para Casa Caballería; pantalón, Ocelote.


Y de boleros, de sus versos, derrotas y celebraciones, hay mucho en la carrera de Camilo, quien habla como canta: con esa lenta cadencia que el acento paisa envuelve en susurros que parecen desvelar incunables secretos en cada fraseo. Pero no solo de bolero, claro. En este nuevo álbum, “once canciones que son once capítulos de mi vida”, según él mismo señala, también hay trazos, más o menos gruesos, de cumbia, reguetón, bachata, merengue, rumba o vallenato, como si la idea de Latinoamérica como entidad propia –y sus géneros musicales, desde Ushuaia hasta Mexicali– hubiera de alguna manera tomado forma en su trabajo.

“Creo que me falta ser más intencional en ese tipo de cuestiones”, corrige con rapidez. “Pero ahora que lo dices, pienso: ‘Coño, es verdad. Mi álbum tiene esos colores’, aunque no hay un plan premeditado de recorrer esos estilos. Ahora que he viajado y recorrido mundo con mis giras y mis conciertos, puedo decir que me siento mucho más lleno, tengo nuevos colores y puede decirse que eso ha transformado mi música”, responde con pausa y una delicada comunicación no verbal.

Su vida, es verdad, ha cambiado radicalmente. Hace solo cinco años, Camilo, nacido en 1994 en Medellín, esa suerte de laboratorio colombiano para la creación de temazos y estrellas (Juanes, Maluma, J. Balvin y Karol G, por nombrar solo unos pocos, proceden de la ciudad antioqueña), vivía en Miami escribiendo canciones para otros, algunas de ellas elevadas a hits globales con centenares de millones de reproducciones en YouTube y Spotify, como sucedió, por ejemplo, con Sin pijama, de Becky G y Natti Natasha; Veneno, de Anitta, o Si estuviésemos juntos, de Bad Bunny.

Abrigo, De La Garza; tanktop, Dánte; pantalón, Belisa Pulido.

Abrigo, De La Garza; tanktop, Dánte; pantalón, Belisa Pulido.


“Escribir una canción para alguien es una experiencia muy similar al placer que deben sentir los actores cuando interpretan el papel de otra persona, porque te permite visitar identidades diferentes. Es muy complejo tener una sola vida e identidad, no poder morir y renacer en vida. Cuando yo escribía en Miami, mis primeras oportunidades de composición me las dieron mujeres. Por ejemplo, cuando escribía Sin pijama, me di la oportunidad de disfrutar lo que se siente escribiendo desde la identidad de una mujer, ya fuera Becky G o Anitta. Ahora llevo un tiempo sin escribir para nadie, pero no por una decisión premeditada, sino porque estoy muy clavado en lo mío. Antes, cuando escribía, pensaba en qué intérprete podría interpretar esa canción; ahora solo me imagino haciéndolo yo mismo”, analiza sin atisbo alguno de arrogancia.

Hoy, la estrella es él, y el cambio ha venido acompañado por una paternidad (Índigo, la hija de Camilo y Evaluna Montaner nació el pasado abril), cuya presencia en el álbum ejerce como principal hilo conductor de una propuesta que muchos proyectan como un reducto de la vieja escuela, presentada en forma de álbum, con su principio, su final e incluso su arco dramático. “Siempre he presentado mi música en el formato de un álbum, aunque es cierto que también he colaborado con otros artistas en canciones más aisladas. Cuando me siento a escribir, necesito inmortalizar a la persona que soy y eso no cabe en una sola canción. Soy un artista que necesita entregar un cuerpo conceptual completo”, relata al tiempo que confirma que su forma de componer también ha vivido un interesante proceso evolutivo, con el confinamiento (ya fuera forzoso o voluntario) como patrón en cada uno de sus tres trabajos.

Chamarra, Socarrás para Step on Fashion; camisa, 1/8 Takamura; pantalón, Belisa Pulido.

“La persona que soy ahora es completamente diferente a la que se enfrentó a la creación de este álbum. También cambian las causas, los activadores de inspiración. Este disco nos sentamos a escribirlo justo en el momento en el que nos encerramos antes de que naciera Índigo. Hubo un hermetismo, pero no causado por la pandemia, sino por el aislamiento que decidimos tener, y la idea de ese encierro era buscar adentro lo que en algún momento iba a estar afuera. La gran diferencia de este álbum en cuanto al proceso creativo fue que lo escribí en la intimidad y el silencio de mi propia casa y eso es algo que nunca me había ocurrido antes. Ahora tenía mi estudio soñado, el micrófono que yo quería, las paredes insonorizadas tal y como yo las quería, las lámparas, la guitarra, mis horarios… Tuve el tiempo necesario para sentarme, escribir y mirar el ombligo a mi esposa y otra vez vuelta a empezar”, recuerda con esa sonrisa de felicidad, marca de la cara que su bigote daliniano se esmera en ocultar.

La consecuencia de todo eso, un intrincado camino plagado de canciones universales que lo mismo rompen una pista en Bogotá que en Los Ángeles, Barcelona, Buenos Aires o Ciudad de Panamá, es un rotundo éxito planetario. Atrás quedan ya sus comienzos en los más reconocidos talent shows de su país de origen, sus primeros viajes a Miami y los iniciáticos acercamientos a las multinacionales. En De adentro pa’ fuera, Camilo presume de colaboraciones, los famosos featurings que han cambiado la forma en la que el público, y también los autores, se acerca a la música. “Al final uno es un abanico de las cosas que colecciona en la vida”, reflexiona quien en este disco comparte micrófono con referentes de la música en español como Alejandro Sanz, Camila Cabello, Nicki Nicole o Grupo Firme, además, claro, de Evaluna Montaner, su esposa, junto a la que cierra el álbum con la archiconocida "Índigo", dedicada a la hija de ambos.

El espíritu de lo local, sin embargo, sigue más vigente que nunca en el a su vez más globalizado Camilo. “No hay nada que tenga más potencial de ser global que lo muy local”, responde.

“Al principio, a la hora de escribir, el ego te dice que hagas algo lo más general posible para que guste a la mayor cantidad de gente posible. Luego, te das cuenta de que es al revés. Hoy, un artista puede pegarse solo en España o en México y con esos números defenderse en el top 10 global. Es decir, lo que está compitiendo a nivel mundial son en realidad propuestas muy específicas”. Y todo eso en un mundo totalmente conectado por las redes sociales, que Camilo y su familia utilizan con la solvencia de quien ha pasado por el éxito digital antes de disfrutar del analógico.

Suéter, La Petite Mort para Casa Caballería; pantalón, Ocelote; tapete Monarch Fire de Alexander McQueen para The Rug Company.

Camiseta, vintage; camisa y pantalón, Rodolfo Pérez; chamarra, Ocelote.

“Estamos en un punto que es el comienzo de algo más y está ocurriendo en todos los ámbitos, no solo en la música. Las líneas que dividían los estilos son cada vez más delgaditas. La gente cada vez viaja más, está más conectada, y las redes sociales nos hacen ciudadanos del mismo bloque. Eso también puede ser peligroso, por todo lo que se pierde en el camino, pero al mismo tiempo siento que la diversidad es inevitable. Que no nos concentremos en el nosotros y el ellos, sino en un gran todo. Antes, las identidades de los pueblos, las músicas regionales y el folclore eran algo de los abuelos, pero ahora todo eso ha cambiado. Hubo un momento en la historia en el que los latinos pedían perdón por serlo y ahora estamos en la foto global con jerarquía, dignidad y muchas cosas que compartir”.


Las etiquetas, como se ve, no son del agrado del considerado desde hace años por parte de la crítica especializada como "niño bueno del reguetón". "Me aburren todas. Las musicales, las nacionalistas, las sociales... Adjetivar demasiado nunca me gustó. A mí me gusta reinventarme, pero no por el afán de hacerlo, sino por la diversión de explorarme". En lo que cree, dice, es en el amor, “una causa que lejos de ser inocente, es revolucionaria y transformadora”, casi como su repentina irrupción en la industria musical.