Por: Alberto Verdusco
En los antiguos tiempos de Mesoamérica, el chocolate era el alimento de los dioses y un símbolo de riqueza. La leyenda dice que Quetzalcóatl ofrecía el cacao a los toltecas para repartirlo al pueblo y así tener una civilización más sabia, con más artistas y artesanos.
En pleno siglo XXI, el chocolate es parte de la tradición culinaria internacional, pero alguien le encontró una nueva propiedad: ser “un vehículo para un mundo mejor”.
Germán Santillán, originario de Ciudad de México pero con corazón 100% mixteco, fundó Oaxacanita Chocolate en 2015, empresa que produce el alimento con el apoyo de cocineras, amas de casa y campesinos de Villa de Tamazulápam del Progreso, Oaxaca.
Todo empezó en pequeño. Con solo 3,000 pesos de inversión, el emprendedor compró 10 kilos de cacao, azúcar, almendras y canela, se atrincheró en uno de los cuartos de la casa de su abuela y echó a andar la elaboración de chocolates artesanales en compañía de dos mujeres.
Con el tiempo, el negocio creció y fue redituable. Pero más allá de números, Santillán descubrió que la chocolatería estaba transformando la vida de sus colaboradores y de su entorno. A la fecha, ha impactado positivamente a 3,500 personas de 150 comunidades indígenas y afromexicanas; además, el 75% de los colaboradores de la empresa son mujeres.
“A veces estamos en una burbuja y creemos que todos vivimos semejantemente. Llegaban mujeres a trabajar con nosotros y nos contaban que en otros empleos les pagaban con sobras de comida; a otras, que sus maridos no las dejaban laborar porque tenían que estar cuidando a los hijos”, indica.
Santillán agrega que, para muchas mujeres, la chocolatería fue un cambio importante en su vida y “para nosotros también lo fue porque nos hizo cambiar la visión tradicional de la empresa para darle un enfoque y sentido más social”.
Oaxacanita Chocolate tiene reconocimiento local e internacional. En 2016, el gobierno de Estados Unidos, bajo la administración de Barack Obama, la consideró como uno de los mejores proyectos de impacto social. Hoy, suma diversas alianzas en México y más de 30 en el extranjero.
Pero Santillán, amante de la música y de tocar la guitarra, no se quedó de brazos cruzados, quería extender el universo de beneficiarios con su empresa y sabía que los niños merecían ser parte de ese alcance.
Con talleres, juegos, actividades dinámicas y lúdicas, Oaxacanita Chocolate abrió Escuelita del Cacao, que hasta ahora suma a 100 pequeñas y pequeños que aprenden de la cultura del chocolate y que crecerán con ella.
Al final, “el gran amigo”, como se define el directivo, sabe que, al igual que en los viejos tiempos, el chocolate tiene una riqueza que va mucho más allá de su sabor y de su valor comercial: el poder de hacer un mundo mejor.