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Ganador de un Grammy Latino, el intérprete y autor de Hermosillo ha logrado lo imposible: revolucionar el regional mexicano sin perder el respeto de la vieja escuela. Ahora presenta Colmillo de leche, su último trabajo discográfico, el proyecto que le ocupa y preocupa. Pero también conversamos sobre videojuegos, El Madrileño, narrativa y la visión 360 necesaria para sobrevivir en una industria más inquieta que nunca.



Texto: Daniel González Fotos: Nuria Lagarde
Moda: Fernando Fernández Peinado y maquillaje: Davo Sthebané

Musica

Óscar Armando Díaz de León (Hermosillo, 1989), Carín León para la industria musical, es un tipo ocupado. Tanto, confiesa durante esta conversación, que aún no ha podido descargar The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom, el gran lanzamiento de Nintendo para este 2023. “Lo tengo comprado en preventa desde hace cuatro días, pero es imposible”, se lamenta. Cero sorpresas. Es martes cuando comenzamos esta entrevista. Dos días después, el 18 de mayo, León publicará Colmillo de leche, su último trabajo discográfico. Un compendio de 18 canciones en el que el regional mexicano, género en el que desde hace cuatro años ejerce como absoluto Rey Midas, se entrevera de manera orgánica con la salsa, el flamenco, la rumba o el bluegrass, y todo sin perder de vista la tradición. Una hazaña. Quizá, repite Carín León –camiseta negra con superlogo de Loewe– porque los artistas siempre andan buscando su lugar en el mundo, vayan o no bien las cosas. “En el título del disco hay mucho de eso”, confiesa. “Una persona con colmillo es una persona astuta, con experiencia, pero al ser de leche sabemos que se va a caer. Uno nunca deja de aprender, siempre estamos en constante crecimiento. Creo que Colmillo de leche es mi obra maestra, pero también sé que dentro de un año estaré trabajando en proyectos completamente diferentes”, explica con ambición, pero también con los pies tan pegados al suelo que parecen cargar losas de concreto.

Chamarra, Toronero; playera, Valentino disponible en Jet Store; sombrero y collar del cantante.

En 2018 tomó la que fue la decisión más importante de su carrera. Músico autodidacta en la adolescencia y estudiante de canto en la Universidad de Sonora en la posadolescencia, León coqueteó con la música desde siempre. Su abuelo, su padre, toda su familia podría decirse, presumen de una melomanía que aquel joven amante de los videojuegos y de la comida casera absorbió hasta que pudo transformarla en una voz propia, una suerte de apéndice que se sumaba a una muy personal forma de acercarse a la vida y de comportarse ante el mundo. Quizá por eso, en el principio tocó en grupos que “iban cambiando de nombre constantemente”. Para ganar sus primeros pesos, claro, pero también, y sobre todo, para compartir gustos y vocaciones con pares de Hermosillo, la ciudad en la que gracias a su explosión hace tiempo que “la H dejó de ser muda”. Y se estableció en Arranke, su último grupo. Y se cansó. “En aquel momento estaba demasiado pendiente de las tendencias, de cantar y escribir para pegar siempre”, reconocía hace unos meses. Y decidió construir una carrera en solitario. Desde cero, con la idea de cambiar, o de aggiornar (esta última, reflexión de quien escribe), el regional mexicano. Huir de la tendencia para convertirse en tendencia. Como los grandes.

En el año 2018, Carín León tomó la decisión más importante de su carrera y decidió construir una carrera en solitario. huir de la tendencia para convertirse en tendencia, como los grandes.

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El patrón se repite en esta contemporaneidad de inmediatez, likes, aplicaciones digitales y miles (o millones) de views. Tiempos tecnológicos. Tóxicos en ocasiones, seminales en otras. Explicaba CNN en un documental sobre la revolución musical impulsada desde internet en la segunda década de este siglo, que el gran cambio que vivió la industria no había que focalizarlo en la tecnología per se, sino en el acceso a esa tecnología. Esa fue la gran transformación, señalan. León, con influencias de juventud que van desde Van Halen, Pixies, Journey o Queen hasta el rap estadounidense, Silvio Rodríguez o Alejandro Sanz, incorpora ese eclecticismo a su repertorio. Y aún queda en el Carín de hoy mucho de la persona de entonces. “Muchísimo”, confirma. “Un músico es lo que come, lo que oye, lo que escucha. Hay que estar abierto a escuchar a otros, porque eso te permite nutrir tu arte. En este disco viene un flamenquito, un guiño al lenguaje común que hay entre ambos géneros: la rumba flamenca y la rumba latina, pero lo hacemos con una letra muy del regional. Hay una conexión entre el folclore de todo el mundo. Es lo más primario que tiene el ser humano en cuestión de letras, de sonidos, de progresiones armónicas. Y creo que el regional y el flamenquito se llevan bien en este sentido. Al final, son músicas populares. También hay una ranchera mezclada con country y bluegrass, un cover de los Tigres del Norte que sacamos del regional, y un homenaje al soft rock y a las bandas que mi papá me enseñó, como Chicago, Europe o Def Leppard. Son influencias que me han formado y, aunque no estén de moda, tenía ganas de experimentar con ellas. Es un disco pensado desde un punto de vista artesanal, no tan mainstream”.


La tecnología, reconoce, no solo ha enriquecido su propuesta, combatiente por elección. También a la industria. “Antes, el modelo de negocio del regional mexicano era diferente. Había gente que decidía qué era lo que se escuchaba y lo que no, y el género se estancó durante casi 40 años. La tecnología ha cambiado todo eso. Ha demostrado que hay público para todos. Las plataformas digitales nos dan exposición, pero es el público quien decide. De ahí que las propuestas actuales están incentivadas por la motivación personal de los artistas, algo que es muy enriquecedor”. Tampoco hay rastros de ego o sacrificio a la hora de reconocerse en los espejos en los que se mira a la hora de escribir, cualidad (otra vez reflexión del que escribe), incomprensiblemente infravalorada entre los tótems de la crítica mexicana. “En mi narrativa, trato de mantener la sencillez clásica del regional, pero también introduzco muchos punchlines, barras con doble sentido, quizás influido por todo el rap que he escuchado a lo largo de mi vida. Busco siempre la sobriedad, pero con calidad, por eso me identifico mucho con lo que hace Pucho. Frases sencillas, a veces más elaboradas, pero siempre cotidianas. Es donde me encuentro más cómodo a la hora de expresarme”, asegura.

Chamarra, Toronero; playera, Valentino disponible en Jet Store; sombrero y collar del cantante.

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Los astros parecían alinearse para propulsar la llamada que cambiaría su vida. La de Pucho, C. Tangana, el ex Crema al que escuchaba antes de que transmutara en El Madrileño, la estrella que le pidió sumarse a un arriesgado proyecto entonces en pañales pero que ya llevaba como nombre el gentilicio de la capital española. Y le pidió que grabara “CAMBIA!” junto a él y a Adriel Favela. Otro parteaguas y, como inesperada consecuencia, las puertas del mainstream abiertas de par en par. “Es uno de los artistas a quien más admiro. Trabajar con él en El Madrileño me incentivó a ser más genuino en mi música, para ser más sincero. Y esa ha sido la clave de mi éxito. Como músico y como melómano trato siempre de experimentar con los sonidos, de buscar la diferencia hasta tocar el corazón. En el momento que fui sincero y honesto con mi música, conecté con la gente. Cuando me llamó Pucho, ya llevaba tiempo tratando de llevar el regional hacia otro lugar, haciendo mis pequeños experimentos. La música es música, no hay límites. Hay que fluir”, asevera con la certeza y la convicción de quien ya sabe lo que es ganar un Grammy Latino, el de mejor canción en la categoría de regional mexicano por “Como lo hice yo”, que recibió en Las Vegas junto a sus compas Matisse y Édgar Barrera. Aunque tampoco le da demasiada importancia. La justa. “Los premios tienen algo mágico, como una recompensa que se materializa. Es increíble que la industria te reconozca, pero no sueño en si tengo o no tengo un Grammy. El éxito está en subirte a un escenario y que un chorro de gente cante y disfrute con tu música. Y que tú cantes lo que tú quieres cantar, no lo que te diga una compañía”. Aviso a navegantes.



Hoy, cinco años después de decidir caminar solo, Carín León controla totalmente su carrera. desde ese sombrero ladeado como en una película de Sam Peckinpah, hasta quién sera el director de su próximo videoclip.

Camisa, Rhude disponible en Jet Store; pantalón, sombrero, collar, brazalete y reloj del cantante.

Porque a pesar de la tradición, León es hijo de su tiempo, de su zeitgeist. Y en ese tiempo las colaboraciones con otros artistas, por muy radicales que parezcan, son las que escriben las agendas de Spotify, el nuevo ídolo al que adorar. León lo sabe, pero también matiza. Con Pucho fue todo muy natural. “Siempre hemos conectado mucho. Cuando empezamos a trabajar en “CAMBIA!”, me envió una primera versión que ya tenía terminada, pero al mismo tiempo me permitió meter mis versos, mis barras. Por otro lado, también creo que en la industria hay un exceso de colaboraciones forzadas que solo buscan el hit, con artistas que a veces incluso no quieren ni verse las caras cuando graban el videoclip. La música es pura vibra y así debe ser. A veces con un hit tienes un éxito de tres meses, pero pasado el tiempo nadie se acuerda. Un artista no debería enfocarse en ser el número 1, sino en ir creciendo día a día. Es eso lo que te lleva a la atemporalidad. Hits hay muchos, pero la música de calidad nunca va a tener competencia”, afirma.

Chaleco, Dan Cassab; camisa y sombrero del cantante.


Hoy, cinco años después de decidir caminar solo, Carín León controla totalmente su carrera. Desde ese sombrero que como en una película de Sam Peckinpah cae ladeado sobre su cabeza, hasta quién será el director de su próximo videoclip. “Hay videos en los que hemos dejado fluir más a los directores, pero en este disco tenía las ideas muy claras para cada uno de ellos. Incluso escribí los guiones, porque sabía por dónde encaminarlos. En “Primera cita”, por ejemplo, buscaba algo más oscuro, así que tenía al director en mente. Me gusta participar de ese proceso creativo”. Otra vez el zeitgeist. La autenticidad como marca personal. Hacer lo que uno quiere, con riesgo, pero también con criterio. Aunque no siempre fue así. Cuando salió de Arranke, probó en una compañía como socio, pero nunca dejó de “buscar piezas” que facilitaran su camino hacia el lugar al que quiere apuntar su regional. “Estoy metido en la selección de temas, en la producción, en los arreglos, en la organización de los shows… Me gusta estar pendiente de esas cosas”. Y también en el vestuario, seña de identidad de un artista que tiene claro que en la música o eres 360 o no serás. “Siempre ando buscando la estética. Soy partidario del buen gusto, de mezclar lo clásico con toques nuevos. Creo que es importante darle valor a tu marca, a tu personaje. El sombrero de lado, los pantalones, las botas que llevo, que no las usa nadie. No soy pretencioso, pero me gusta dar un twist a lo que visto. Más que un artista número uno, me gustaría que Carín León fuera un trendsetter. Es lo que buscamos”, anuncia.




Créditos:


Diseño y programación web: Pamela Jarquin Rojas Asistentes de moda: Valeria Villa y Daniela Correa Diseño de set: Alonso Murillo Asistente de diseño de set: Alberto Bautista.