Tras una pausa de cinco años en su carrera como actor, Omar Chaparro presenta por primera vez un show en vivo y estrena un thriller que mostrará una faceta distinta de su talento. Más en paz y menos preocupado por lo que la gente opine de él, habla con Life and Style de esta nueva etapa de su carrera y su vida.


Texto: Pedro Aguilar Ricalde
Fotos: Luis Calderón
Moda: Fernando Fernández

¿Puedo poner música?”, pregunta Omar Chaparro mientras se hacen las últimas pruebas de luz. “Claro”, le respondo y alguien más le comparte el nombre de la bocina a la que debe conectarse. En apenas unos segundos, el Bluetooth hace su magia y comienzan a escucharse los primeros acordes de "Que vuelvas", de Carin León. Me parece curioso que, apenas un par de meses atrás, nos encontrábamos con el sonorense en una localización distinta, aunque con la misma misión: producir nuestra portada impresa. “¿Te gusta Carin León?”, le pregunto. “Me gusta mucho. Estuve a punto de grabar una canción con él”, me responde el chihuahuense. “Pero al final no ocurrió”. “Abunda el talento en el norte”, pienso.

Camisa, Caballería


A partir de ese momento, su energía va in crescendo a pesar de haber pasado toda la mañana en la rueda de prensa y las entrevistas para promover Yo soy Omar Chaparro, el show que estrena a finales de agosto. Esta presentación en vivo en el Teatro Metropolitan marca su regreso a la comedia –los últimos cinco años se ha dedicado a la conducción de programas de televisión como ¿Quién es la máscara? y el talk show Tu-Night, transmitido en Estados Unidos, y la grabación del podcast Escucho borroso junto a su esposa Lucy Ruiz. Pero más allá de eso, representa una primera vez en su vida, pues en sus más de 27 años de carrera nunca ha hecho algo similar. Ese es uno de los motivos que nos tiene aquí, pero también el próximo lanzamiento de Las viudas de los jueves, una serie de Netflix que se estrena el 14 de septiembre en la que Chaparro da vida a uno de los atormentados personajes creados por la escritora Claudia Piñeiro en la novela homónima y que seguramente mostrará una faceta de su registro actoral que pocas veces ha explorado. Pero antes, las fotos.

Cuatro horas después, tengo a Omar sentado frente a mí y pienso que podría ser una persona distinta a la que hace apenas 15 minutos cantaba, imitaba los famosos pasos de Michael Jackson, bailaba con la estilista mientras le acomodaba la ropa y lanzaba patadas y puñetazos contra un punching bag. El día ha sido largo y se le nota cansado, pero, tras varios tragos a su botella de agua, está listo para hablar.

La pausa

Resulta difícil imaginar a un Omar Chaparro de 43 años que, habiendo alcanzado el éxito en la radio, la televisión y el cine –incluso habiendo grabado discos– y siendo una referencia del mundo del espectáculo en México y más allá de sus fronteras, ya no se divertía con su trabajo. Pero eso fue lo que ocurrió.

“Había algo con lo que no estaba siendo honesto conmigo. No estaba siendo plenamente honesto con mi alma. Eso me hizo callar la mente, ir hacia adentro de mí con terapia y meditación. Uno no puede alcanzar su verdadero potencial si no ve hacia adentro y, a veces, ver hacia adentro es difícil, porque hay que sanar las heridas”, recuerda. “Además la comedia había cambiado, la forma de hacer reír había cambiado, la gente se ofendía muy fácilmente y a mí me daba miedo. Pero digamos que es bueno estar perdido, un poco desorientado o incluso roto porque, entonces te pones como meta sanar, trascender, pasar al siguiente nivel. Eso es lo que ocurrió conmigo”, añade.

   
                       
               
         
 

Podría decirse que el resultado de ese proceso de sanación se llama Yo soy Omar Chaparro, un show que define como un regalo, pero también como el resultado de mucho tiempo de trabajo, disciplina, clases de piano, ópera y muchas otras herramientas que le permitieron materializar lo que vislumbró en su cabeza. Desde luego que están presentes los personajes que ha interpretado durante casi tres décadas –”y que están agarrados de mi alma”, dice–, pero también asegura que muestra su vida entera, incluyendo los pedazos más vulnerables de su alma. Hay en este espectáculo un poco de todo lo que absorbe y lo alimenta –menciona nombres como Benny Hill, Peter Sellers, Jim Carrey, Pedro Infante, Bruce Lee, Michael Jackson, Elvis Presley, Frank Sinatra y hasta a Luis Miguel como fuentes de inspiración y puntos de referencia para seguir explorando y encontrar a su verdadero yo– y reconoce que lo más complejo fue quitarse las máscaras.

“Lo más difícil es mostrarte desnudo ante la gente, lo digo a nivel del alma, pero también es lo más increíble, porque llegados a ese punto ya no importa el resultado, lo estás haciendo por el gozo que te brinda”. Eso sí, también advierte que este show no es apto para los miembros de la llamada “generación de cristal” y eso, en el contexto actual, se antoja como una declaración arriesgada. En su caso, esta aseveración viene de una reflexión profunda, del proceso de sanación del que ya ha hablado y también de la firme determinación de deshacerse del miedo de ser juzgado por decir lo que piensa.

“En todo este tiempo me di cuenta de que era muy cansado ir caminando como si estuviera en un campo minado para no ofender a nadie. Luego llegué al punto en el que dije, ‘¿Qué carajo? A mí se la pasan diciéndome en el aeropuerto cosas como ¡Ah, sí estás bien chaparro!’. Y entendí que en lugar de molestarme tenía que sanar esa herida”, asegura. “Necesitamos equilibrar la balanza, no podemos seguir en un mundo en el que el inteligente se tiene que quedar callado para que el tonto no se ofenda. Desde luego, siempre estaré a favor de la tolerancia, la inclusión, el respeto, la paz y de no hacerle daño a nadie, pero creo que la solución no es estar viendo quién habló mal de mí y quién no me dijo como quiero que me digan. Eso es muy cansado y es una batalla perdida porque bastante tenemos con lidiar con nuestra propia voz como para tratar de lidiar con las de los demás”, continúa.

El regreso

Tank top, COS; pantalón, Marni; botas y collar, Dior; lentes, Isabel Marant.

Dos semanas después de aquel primer show, llega a Netflix Las viudas de los jueves, serie dirigida por Humberto Hinojosa en la que comparte créditos con Juan Pablo Medina, Zuria Vega, Cassandra Ciangherotti e Irene Azuela, entre otros actores y actrices. La propuesta de dar vida a Tano Scaglia se la hizo el propio Hinojosa una mañana mientras desayunaban en el San Ángel Inn, en la Ciudad de México. “Comenzó a contarme del proyecto y al minuto cinco yo ya le había dicho que sí sin leer el guión”, recuerda. Este “garbanzo de a libra”, como él mismo lo define, le llegó casi siete años después de mudarse a Los Ángeles a picar piedra y puso ante él la oportunidad de hacer algo totalmente opuesto a lo que había hecho anteriormente. “Tano Scaglia es un paps, un güey que siempre ha vivido en cuna de oro. Es exitoso, millonario y habla muy fresa, pero lo que me encanta son las diferentes capas del personaje. A primera vista, la serie muestra un mundo perfecto de postal con bonitas mansiones, lindos coches y familias que viven como reyes, pero cuando la cámara de Beto Hinojosa se mete entre ellas, empiezas a ver la mugrecita y que también todos, sin importar donde estemos, tenemos nuestras heridas, demonios y fantasmas”, cuenta.

Abrigo, pantalón y collar, Dior; camisa, Caballería.

El entorno en el que Omar creció le permitió crear personajes con los que de una u otra manera se sentía más identificado, acaso de un nivel socioeconómico más bajo. “Nunca vivimos en la pobreza, pero estaba más cerca de ella que de estas esferas de millonarios”, aclara quien en su juventud trabajó como taquero y mesero. Sin embargo, el papel de un millonario estaba mucho más alejado de su esencia y el reto de darle vida de una manera creíble fue lo que lo emocionó. ¿Cómo lo logró? “Metí en la licuadora a varios conocidos que están en esta rama [menciona un par de nombres de altos ejecutivos de Televisa con los que se lleva y a quienes respeta], a algunos paps y a algún abogado al que puse a grabar el guion”, asegura entre risas. Entre halagos a la particular visión de Hinojosa, así como a su capacidad de crear tensión e incomodidad al contar historias, Chaparro cuenta que la filmación fue muy disfrutable. “Beto nos soltaba la rienda, nos dejaba jugar e improvisar y eso fue muy divertido”, recuerda.

El Omar Chaparro que está sentado frente a mí es idéntico al que aparece entrevistando a famosos, conduciendo programas e interpretando a personajes como una licenciada irreverente o un estilista. Sin embargo y a pesar del cansancio, se le ve en paz. Comparte con comodidad el hecho de haberse sentido perdido, cita a Platón, comparte detalles sobre su espiritualidad y de la relación que ha logrado establecer con un Dios al que él mismo ha ido moldeando –“para nada tiene forma de hombre barbón y es inconmensurable, divino, celestial, profundo; es inexplicable pero al mismo tiempo tú eres parte de esa divinidad”, sostiene– y admite haber creído que su carrera había llegado a su final. También reconoce que su éxito ha sido un privilegio, pero también resultado de muchos años de trabajo y no tiene empacho en afirmar que la ambición es buena.

Saco, Bottega Tenreiro; tank top, H&M; pantalón, Welton & Sons; botas, Dior; lentes, David Beckham.



Lo que sigue

Tank top, COS; collar, Dior.

“No solamente tienes que ser ambicioso, tienes que ser voraz, tienes que ser el más ambicioso; tan ambicioso que no solamente quieras cosas tan importantes como el amor, la paz mental y la tranquilidad de una familia para compartir todo. Debes ser tan ambicioso para además desear dinero y éxito profesional. Tienes que ser el más ambicioso”, dice.

Tampoco titubea al compartir que le falta ser realmente exitoso en la música –“si Dios me da vida, te prometo que me voy a ganar cinco Grammys”, dice– o que sueña con hacer una película al lado de Leonardo DiCaprio y ganar un Oscar. “Nuestra realidad, la realidad que experimentamos y vivimos, se entreteje y se va construyendo y manifestando a través de lo que pensamos”, explica. El Omar que me habla ya no se preocupa por lo que la gente piensa u opina de él. “Es muy cansado y no es asunto mío. El primero que debe admirarse y aplaudirse es uno mismo. Lo que hago es visualizar al Omar en el que me quiero convertir en cinco o 10 años”, sostiene. “¿Y cómo es el Omar al que visualizas?”, pregunto por instinto. “Humilde, tomando sus clases de canto, de actuación, de piano... Es un Omar con muchas ganas de crecer y de disfrutar la vida, porque a esas dos cosas vinimos: a crecer y a disfrutar de la vida. Lo veo feliz, planteándose nuevos retos e imaginando cosas chingonas. Conforme pasan los años aparecen más canas, más arrugas y lo que debemos cuidar es que no se nos arrugue el alma. Para eso hay que moverse y seguir teniendo proyectos chiquitos, medianos o grandes; es nuestra obligación”.

Por un momento, me parece ver que los ojos se le llenan de lágrimas. “Hay que ser como un samurai de los pensamientos para tener la vida que quieres. Hay que seguir soñando, mi querido Pedro”, se despide.