Look total, DIOR.
Look total, DIOR.
Alejandro Speitzer estrena Straight en el Festival Internacional de Cine de Morelia, película que, además de protagonizar, también produce. Esta es la historia del niño-actor que un día abandonó Televisa para conquistar las plataformas de streaming. Oscuro deseo, Alguien tiene que morir y La cabeza de Joaquín Murrieta dan fe de una carrera profesional que apenas despega.
Texto: Daniel González
Fotos: Luis Calderón
Dirección creativa y moda: Something Wonderful Studio
Los estudios de fotografía, casi dos décadas después de empezar en la profesión, siguen acongojando al que esto escribe. El minimalismo del escenario, los lentes y cuerpos de cámara ordenados sobre las mesas, el ir y venir de estilistas, maquilladores y fotógrafos, el silencio. Con Alejandro Speitzer (Culiacán, Sinaloa, 1995) uno tiene la sensación opuesta. Está cómodo. Sonríe, saluda y se presta solícito a consejos e indicaciones sin importar que las obras en la chilanguísima avenida Constituyentes le hayan impedido llegar a la hora prevista. Al menos desde afuera, parece feliz. Quizá por eso baila. ¿De forma inconsciente? Es posible. Al fin y al cabo, reconoce con matices, atraviesa “el mejor momento profesional” de una carrera que le ha llevado a recorrer todos y cada uno de los escalones de la industria del cine, el teatro y la televisión. Hasta alcanzar el éxito global. “Es algo que llevo bastante bien, porque sé que en algún momento va a pasar, así que lo disfruto. Me he preparado para ese momento. Sé que en algún punto mi carrera irá hacia otro lado. Eso no significa que sea algo bueno o malo, solo que ocurrirá. Este momento se irá diluyendo, pero vendrán otros”, responde con seguridad sobre el estrellato y la fama, con la que convive desde que empezó a trabajar para Televisa en la inolvidable Rayito de luz (2000). Solo tenía 5 años.
Chamarra, Louis Vuitton; ear cuff, Bulgari.
Otros tiempos, otra televisión. ¿También otra sociedad?, preguntamos. “Para que la figura del niño-actor salga bien se tienen que dar una serie de factores, pero hay ocasiones en las que los astros se alinean para que todo funcione. En mi caso lo que ocurrió es que mi mamá vio desde el principio que yo disfrutaba mucho haciendo lo que hacía, pero al mismo tiempo también fue una madre que se encargó de darme un mundo sin que me perdiera el otro. Yo seguía jugando con mis amigos después del trabajo y entendí que la fama siempre, siempre es pasajera”, responde. “La niñez es el momento más importante de un ser humano, porque define el resto de nuestros días. Nuestros traumas, nuestras virtudes, proceden de ahí. Es un momento sin preocupaciones, para jugar, para divertirse, para aprender, porque eres una esponja. Si tu colocas a un niño en un entorno laboral en el que él mismo sienta cierto tipo de responsabilidad, puede ser peligroso.”, reflexiona con convencimiento.
Miembro de la que quizá fue la última generación de los niños-actores-prodigio que desde comienzos de la década de los 90 llenaron las parrillas televisivas de los principales canales de televisión del mundo –desde Estados Unidos a Japón pasando por Europa o Latinoamérica–, Alejandro Speitzer siempre tuvo a su madre, “un pilar”, muy cerca. Especialmente al principio, cuando la fama pasó de ser un agente extraño a una característica más de su día a día. “Fue ella quien me repetía lo que verdaderamente es esencial en la vida. El resto es envoltura”, afirma mientras reconoce el proceso de deconstrucción que atraviesa desde hace unos años. “En este momento me estoy haciendo muchas preguntas. Estoy en pleno descubrimiento de quién soy y del hombre que quiero ser. Estoy deconstruyendo muchas ideas con las que he crecido y que en cierto momento te van limitando, por ejemplo, en las relaciones, en la manera de expresarte como hombre. Ese es el lugar en el que estoy”, explica.
A los 5 años, decíamos, era ya una estrella del que quizá era el canal de televisión con más audiencia del continente. Una industria analógica, mucho más artesanal y enmarcada en una sociedad sin internet y sin celulares. “Antes estábamos más conectados entre nosotros”, añora. “El mundo digital nos ha ofrecido la oportunidad de rodar proyectos independientes y de bajo presupuesto, pero creo que antes, al no existir balas infinitas a la hora de rodar, cuando solo tenías dos tomas, el set aprendía a convivir con el error; el error formaba parte de la obra. Creo que de alguna manera deberíamos tratar de regresar a eso”. A los 17, aún sin la mayoría de edad, tomaba la decisión más importante de su carrera: abandonar la comodidad de Televisa para apostar por Telemundo, rival y némesis del conglomerado mexicano al norte del Río Bravo. Una decisión precoz seminal tomada sin apenas referencias, pero también un acierto imprescindible para alcanzar el lugar que hoy ocupa. Porque Telemundo significó el primer cruce de fronteras. La fama, con la que aprendió a convivir “desde siempre”, ya no se limitaba exclusivamente a México.
Look total, ZEGNA; sneakers, VANS.
De repente, las fronteras de hacían líquidas, como su capacidad de interpretación, necesitada de nuevos retos y desafíos. La lucha contra el encasillamiento había comenzado para Speitzer, aunque, como ese baile que nos muestra durante la sesión fotográfica, también de manera inconsciente. “Tenía esa inquietud”, argumenta con seguridad. “Sentí que era el momento de probar otros caminos. Claro que en Televisa aprendí mucho y conocí gente muy especial, pero llegó un momento en el que necesitaba otras historias que sentía que no estaban sucediendo ahí. Fue un salto muy importante, me dio la oportunidad de conocer otro país, luego fui a Colombia…”. Speitzer, actor consolidado, puede esconder su acento de Sinaloa, exagerarlo o hablar en castellano de Burgos. La madurez, sin embargo, está presente en cada una de sus respuestas y gestos de comunicación no verbal. “En Sinaloa decimos que o te aclimatas o te aclimueres. Siempre me he adaptado rápido. Creo que la resiliencia es una de mis virtudes”, dice sin darse importancia.
Quizá sea ese el motivo que le ha conducido a buscar, prácticamente sin descanso, los papeles más limítrofes que haya podido encontrar. Psicópatas y sociópatas, almas atormentadas que nada parecen tener que ver con la personalidad que tenemos enfrente, como si la versatilidad interpretativa fuera un fin en sí mismo y no el fruto de un camino escarpado del que conoce a la perfección cada uno de sus peldaños. Speitzer resume ese proceso de búsqueda e introspección en la observación. “Soy un observador. Creo que las cosas no están siempre enfrente, sino que muchas veces las encuentras en los lados. También mi psicólogo de cabecera me ha ayudado mucho a indagar en las partes más oscuras de mis personajes. Es un gran aliado en ese sentido”, reconoce. El proceso de transformación total, al menos para Speitzer, sucede durante el rodaje de manera orgánica. “El director David Pablos me dijo una vez que el trabajo de un actor está antes de llegar al set, pero también es cierto que al personaje lo vas encontrando. Tienes que ser calculador, probar, experimentar, tratar de encontrar el arco dramático, indagar en su pasado. Me encanta que me dirijan, que me pongan contra las cuerdas y que me obliguen a hacerme un montón de preguntas”, sentencia.
Así llegó al paranoico, violento y mitómano Darío Guerra de Oscuro deseo (2020), la serie de Netflix que le expuso a las audiencias mundiales, pero también al Carrillo de La cabeza de Joaquín Murrieta (2023) o al Gabino de Alguien tiene que morir (2020), la miniserie en la que fue dirigido por el también mexicano Manolo Caro, figura esencial en su trayectoria. “Una de las muchas particularidades de Manolo Caro es que ha sido capaz de crear una identidad propia, un estilo, algo que es muy complejo. Es alguien que ha experimentado, que se ha arrojado, que ha explorado y eso en estos tiempos es muy valioso. Ha sido muy bonito trabajar y compartir con él, tiene muy claro lo que quiere y eso es muy interesante”, dice quien le dirigió sobre las tablas en Straight, la película que ocupa hoy ocupa la mente de Speitzer. No es para menos. “Esa obra de teatro fue muy especial en mi carrera. Después de ella, se abrieron muchas puertas para mí. Significó un antes y después, uno de tantos”, remarca. En el filme, dirigido por Marcelo Tovar y cuya primera proyección se realizó el 26 de octubre en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia, Speitzer curiosamente interpreta al otro personaje. Otro reto, otro desafío.
Look total, DIOR.
Look total, PRADA.
Estrenada como obra de teatro en 2018, Straight cuenta la historia de dos hombres, Cris (Franco Masini) y Ro (el propio Speitzer), que se enamoran a través de una app de ligue. Solo hay un problema: uno de ellos tiene novia. “La historia llega a mí en un momento en el que, como dije al principio, me estoy deconstruyendo y replanteando muchas cosas, especialmente en las relaciones. Concebimos las relaciones de una forma que en esta época ya no funciona. No me refiero a las cuestiones básicas, sino a ser muy honestos con lo que uno quiere y aceptar que un día puedes cambiar de opinión. Este personaje plantea justo eso: querer ser muchas cosas, probar otras cosas. También es un planteamiento sobre lo que para este personaje significa salir del clóset, qué ocurre en su vida después de ese momento. Es una historia de amor y una historia sobre el proceso de ir quitándonos etiquetas”, explica quien se ha erigido como uno de los grandes aliados mexicanos en el movimiento LGTBIQ+, un atrevimiento que no duda en matizar con celeridad. “Creo que hay que ser muy respetuosos, porque hay gente que ha luchado durante muchos años y son ellos de los que hay que hablar. Si yo puedo aportar, lo haré, pero hay personas que han atravesado situaciones muy complejas que yo no he sufrido. Soy partidario de la libertad, de la idea de que seamos lo que queramos ser. El camino, como hombres, es también darnos cuenta de esas situaciones en las que estamos haciendo daño. Siempre que pueda aportar para multiplicar sus voces, ahí estaré”.
Suéter y jeans, ADOLFO DOMÍNGUEZ; zapatos y mascada, HERMÈS.
Además de su activismo, lejos de los sets y los platós de cine y televisión Alejandro Speitzer ve, sobre todo, fútbol. “He llorado con el América”, reconoce riendo quien también es seguidor del Barcelona. “Messi me encanta, pero soy del Barça por Rafa Márquez. Aquel era un equipo increíble. Hemos tenido la fortuna de vivir la época de Messi”.
Sus gustos lectores pasan por el ensayo y las biografías, “también novelas, pero no demasiadas. En realidad soy muy diverso en casi todo en la vida”, dice. No en la música. Según sus propias palabras, el reggaetón no fue creado para hacer bailar a Alejandro Speitzer, a quien todavía le queda mucho de Sinaloa en sus venas. “Hay una frase de Chabela Vargas que dice que uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida. Justo ahora estoy trabajando en un proyecto personal en el que retrato lo que es Sinaloa, un lugar difícil de explicar por los contrastes que ofrecer: la belleza natural, la comida, que es espectacular, la gente maravillosa y cálida… Y luego cosas terribles que ocurren. Sinaloa me dio la alegría, el optimismo, la sociabilidad… Todo eso lo tenemos en la sangre”.
Look total, HERMÈS.
Abrigo, FERRAGAMO