En 2019, el uso de los cibercafés alcanzó su auge, 31.2% de la población los visitaba, pero tras la pandemia vino el declive, porque para 2022 la cifra cayó a 16.9%, de acuerdo con el Inegi.

Por: Ginger Jabbour

“El café internet representaba mi conexión con el amor en ese momento de mi vida”,

recuerda Alberto.

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ace casi una década, en el centro comercial Gran Sur, Alberto solía ir para chatear en Messenger, una aplicación de mensajería gratuita, con su novia de aquel entonces. Aunque él tenía una computadora en casa, lo que no tenía era internet, por lo que venir al ciber café era una opción para intercambiar mensajes con su amor a la distancia.

Solo costaba 150 pesos la membresía mensual por tiempo ilimitado y, además, el joven recuerda que el establecimiento era grande y cómodo. “Me gustaba mucho porque, a diferencia de otros cafés, las computadoras eran buenas y podía comprar un refresquito o unas papas mientras chateaba con mi amor”.

Su novia regresó de viaje y, gracias a la llegada de los teléfonos celulares y la accesibilidad de planes para estar conectado, Alberto dice que ya no tuvo la necesidad de regresar a un cibercafé. Pero no fue el único, pues este mítico espacio cerró sus puertas sin dejar rastro por alguna parte, y en su lugar quedó un restaurante de alitas. “Fue triste saber que ese lugar, donde lograba recortar las distancias, ya no existe”, lamenta.

Es cierto que la conectividad y el internet cambiaron drásticamente en una década. En 2013 la población que accedía a cibercafés era de 15.54%, mientras que la que lo hacía desde su hogar era 24.8% de acuerdo con cifras de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) del Inegi.

Para 2019, el uso de los cibercafés estaba en su auge, alcanzando 31.2%, pero en 2022 la cifra decayó a 16.9%. A pesar de la hiperconectividad que se requirió por la pandemia causada por el covid-19, el uso de estos espacios ya no fue una opción. Como consecuencia de la pandemia, el porcentaje que accede a internet desde su hogar es 83.7% de la población, es decir, 107.3 millones de mexicanos.

Casi una década y una pandemia después, aún hay cibercafés que sobreviven y han logrado adaptar su modelo de negocio. Esta es la historia de algunos de ellos.

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El ciber rural, un punto de conexión

Villa Ávila Camacho, una comunidad otomí en Puebla, es considerado para muchas personas de la región el “Manhattan” de la zona. Aunque aquí no hay un parque con senderos para caminar o museos de renombre, a diferencia de los pueblos cercanos, aquí sí hay señal telefónica, supermercados, pequeñas fondas de comida, una iglesia grande y, frente a la secundaria del pueblo está “Ciber-Space”, un café internet.

Se encuentra en la planta baja de una casa amarilla de dos pisos, donde vive Iván González, el dueño del ciber, quien lo puso hace 10 años. Al fondo, en el mostrador, Donatto Hernán, un jóven de 19 años, se encarga del negocio.

“Todo cambió desde la pandemia”, dice Hernán. “Actualmente el local solo tiene dos computadoras. Antes había más, pero se descompusieron por falta de mantenimiento”. Sin embargo, un vistazo al historial de Chrome revela que aún así, las computadoras se utilizan diariamente.

Ese mismo día, en la mañana, algún usuario entró a Poki, una página de juegos en línea gratuitos y, al parecer, el juego “Vectaria” es la sensación. Además de utilizar esta computadora para jugar, los usuarios también la utilizan para entrar a Facebook y, sobre todo, ver videos del Señor de los Cielos, Fuerza Régida, Natanael Cano, Banda MS y Gerardo Ortiz.“Si quieres casarte con mi hija debemos hablar” es otra búsqueda en Google, aunque en esta computadora no se encontraron evidencias de mensajes de amor.

“Lo que más se vende son las papas, los refrescos y las impresiones”, dice Hernán. Durante la semana vienen muchos adultos de la tercera edad a imprimir documentos como recibos de luz, CURPS, hacer copias, mientras que los fines de semana tienen a profesores imprimiendo tareas de los alumnos. “En un buen día se pueden llegar a ganar hasta 1,500 pesos”, dice Hernán orgulloso.

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Pero Ciber-Space no es el único del pueblo. A tan solo unas cuadras se encuentra el “Ciber M@icrosoft”. A primera vista uno pensaría que es una juguetería, pues en la entrada hay una mesa larga con decenas de peluches y muñecos, así como pelotas y otros artefactos colgando del techo. Solo se sabe que aquí se hacen ‘servicios digitales’, porque hay un anuncio en el que mencionan que se imprimen actas de nacimiento, RFC, CURP, recibos CFE, Seguros IMSS y se hacen citas para el INE.

“Al principio sí teníamos computadoras, en la parte de arriba, pero con el tiempo dejaron de funcionar y las terminaron de quitar por completo hace dos años, después de la pandemia”, cuenta Alma Flores, empleada del ciber.

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El modelo de negocio de este local se transformó. Después de la crisis de 2020 comenzaron a vender accesorios como cables de teléfono, memorias USB y cargadores. Con el tiempo complementaron con más artefactos de papelería. “Todo lo traen de la Ciudad de México”, dice Alma.

En menos de 20 minutos entraron tres clientes. “¿Me imprimes lo que te mande al Whats?”, dice una mujer. Alma ya tiene registrado el número y en cuestión de segundos salió lo que parecía ser una tarea escolar.

En el Ciber M@icrosoft todo el año hay trabajo. “Nuestros mejores días son San Valentín, Día del Niño o Navidad”, explica Alma. Aquí ya no se mandan mensajes de amor, pero se transformó en el lugar para comprar e imprimir cosas que conectan a la gente del pueblo.

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Atención VIP: el ‘plus’ de los cibercafés

La dinámica en las ciudades siempre es distinta que en los pueblos, y más cuando se trata de internet. De acuerdo con datos del gobierno de la Ciudad de México, la capital del país pasó a ocupar el segundo lugar con más puntos de internet gratuito en el mundo, solo por debajo de Moscú.

The Competitive Intelligence Unit (The CIU) detalló que, para finales de 2023, 95.3% de la población en México contaba con un teléfono inteligente y 43.5% tenían una computadora. Esto no ha impedido que locales como Ciber U-Zone, un cibercafé ubicado en la colonia Iztapalapa, sea altamente transitado.

El local cuenta con seis computadoras y en el mostrador solamente se venden plumas, post-it’s y papel. Pero los clientes no dejan de entrar y salir. “Aquí nos piden mucho que les ayudemos a buscar e imprimir su número de seguro social, más que nada para hacer sus incapacidades”, cuenta Daniela Ramírez, la encargada.

La zona donde está ubicado el ciber es estratégica. A unos cuantos metros se encuentra la clínica familiar 31 del IMSS, el Hospital José Magnolia y la Universidad ICEL, campus Ermita. “En un buen día pueden llegar hasta 100 personas”, cuenta Daniela, quien atiende mientras tanto a una estudiante que pregunta si se puede convertir un documento de .pdf a .docs.

Aquí la impresión más barata a blanco y negro cuesta 1.50 pesos, mientras que la más cara, la oficio a color, puede alcanzar hasta los 15 pesos dependiendo de la cantidad de tinta.

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Pero la situación con los cibercafés no es la misma en otras colonias de la ciudad. Incluso, hay muchos establecimientos que aún aparecen en Google Maps, como el Internet Papelería Sazón, en la colonia Cuauhtémoc, que ya no está. De acuerdo con los colonos, dejó de existir hace algunos años. En su lugar, ahora hay una tienda que vende pastes, llamada Pasteko.

A unas cuántas cuadras de ahí se encuentra el Ciber Zoé, en la colonia Del Valle. Cuenta con cuatro computadoras y, frente a una de ellas está Gabriel Castaño.

Es un hombre de la tercera edad que mira con mucha calma la pantalla frente a él. Porta un impecable traje café y un portafolio, y con una sonrisa menciona que casi a diario va a un cibercafé. “Gasto como 1,000, 1,500 pesos mensuales en cibercafés”, dice el señor.

La razón es porque no le gusta cargar laptops a todos lados. “Me da miedo que me la roben”, dice. Pero además del miedo, algo que lo retiene en estos lugares es el cálido trato que recibe. “No importa si es este u otro, siempre son muy amables, me resuelven mis dudas, me tratan muy bien y da gusto venir”, cuenta.

Luis Blanquel es el encargado de este cibercafé. Lleva más de 10 años en el negocio y platica que ha cambiado mucho desde entonces. “Antes siempre estaba lleno de abogados que tenían que imprimir expedientes o gente que venía por el seguro y todo eso, pero la pandemia sí nos afectó bastante”.

Pero Blanquel menciona que el ciber sobrevive, además de las ventas de otros productos y las impresiones, gracias a su sólida cartera de clientes frecuentes. “Ya sabemos que tenemos seis o siete clientes a la semana muy buenos, que vienen a imprimir muchas cosas a color y enmicados”.

Gabriel interrumpe la conversación con Luis. “Discúlpame, ¿sabes cómo puedo imprimir este correo?”, pregunta. Enseguida Luis se acerca y en un par de tecleos manda la impresión. Al salir los papeles de la máquina Luis dice: “Hay mucha gente, especialmente los adultos mayores, que están muy solos, que sus familias no tienen tiempo y que necesitan mucha ayuda. Y aquí se las damos con mucho gusto”.

Tal vez la gente ya no manda sus mensajes de amor a través de las computadoras de los cibercafés. Pero, más allá de Google, siguen siendo espacios de conexión.

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