n el kibutz Nir Oz, en el sur de Israel, la guerra se escucha, se siente, se huele.
En el kibutz Nir Oz, en el sur de Israel, la guerra se escucha, se siente, se huele.
La frontera con la Franja de Gaza está apenas a 1.6 kilómetros de este sitio. Son los primeros días de marzo
de 2023 y los enfrentamientos siguen en Jan Yunis, una de las ciudades más importantes en territorio
palestino, unos 9 kilómetros más adentro del límite con Israel. De pronto, llega el sonido seco de un mortero.
“No se preocupen”, dice en español, Roni Kaplan, vocero de la Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), a un grupo
de periodistas que están de visita en la comunidad. Nadie lleva chaleco antibalas, casco o cualquier otro tipo
de protección. Nir Oz, dice, es seguro por el momento. Pero las detonaciones no dejan de sorprender e
interrumpir las conversaciones cada tanto. Los disparos del mortero son potentes y lo suficientemente cercanos
para que los lanzamientos no solo se escuchen, sino hagan vibrar el cuerpo.
Otro ruido es constante: un dron que da vueltas para mapear el terreno y asegurarse de que no hay nadie que no
deba estar en la zona. “Para ser un espía, es poco sigiloso”, bromea una de las periodistas en el recorrido.
El tiempo se detuvo en Nir Oz la mañana del 7 de octubre.
Además de asesinatos y secuestros, los habitantes del kibutz Nir Oz denuncian que hubo saqueos
En los patios de muchas residencias aún están los restos de las casas de papel o de tela que sirven de
decoración de Sucot —la fiesta judía que conmemora los 40 años que sus antepasados vagaron por el desierto,
luego de que Moisés los liberara de los egipcios que los esclavizaban— y que el año pasado finalizó la noche
del 6 de octubre, al inicio del shabat, el día de descanso obligatorio de los judíos.
“Muchas familias estaban recibiendo visitas esa noche”, explica Kaplan.
En otro patio, hay platos con restos de comida en mesas exteriores: frascos de mermelada, jarras de jugo,
vasos y platos que quedaron abandonados con prisa. Un desayuno interrumpido por la fuerza.
Las primeras horas del 7 de octubre, un grupo de militantes del grupo islamista Hamás —con el control de la
Franja de Gaza desde 2007, después de ganar las elecciones a Fatah, el grupo que gobierna Cisjordania, e irse
a la guerra con esta organización hasta expulsarle en 2011— atacó por sorpresa el sur de Israel. El saldo, de
acuerdo con información israelí, fue de 1,200 personas muertas, en su mayoría, civiles. Hamás se llevó como
rehenes a 250 personas, incluidos niños, mujeres y ancianos. Varios fueron tomados de este kibutz.
Los 30 sitios atacados por Hamás fueron casi todos como Nir Oz: comunas y aldeas principalmente dedicadas a
actividades relacionadas con la agricultura y la ganadería. En su mayoría, están habitados por familias con
niños pequeños y por personas mayores.
La casa de Eithan Cuño, así como la de otros habitantes en Nir Oz, fue quemada
La guerra se ve en casas como la de Eithan Cuño, quien nos acompaña en un recorrido por el kibutz una mañana
casi cinco meses después de los acontecimientos que le cambiaron la vida. “Vuelvo acá y siento que estoy en
casa”, dice. Su hermano, Lucas, le responde cortante: “para mí esta ya no es mi casa”.
Eithan habla con voz pausada. Nació en este kibutz, aunque su familia es de Argentina. Habla español con fluidez, aunque a veces olvida alguna palabra o expresión y acude a su hermano, quien le ayuda a traducir del hebreo. Tiene ojos grandes, azules y ligeramente caídos, rodeados esa mañana por unas ojeras oscuras. No mira a ningún lado o mira a todas partes.
Camina a la que fue su casa, ahora quemada, pero que sigue considerando su hogar. El olor a humo es penetrante desde la entrada y crece por los pasillos tiznados, las cenizas aún pintan las manos al rozar las paredes. Una habitación con una pequeña ventana es la única de la casa a la que las llamas no llegaron.
La recamara tiene decoración infantil. Es el refugio antimisiles de la casa —algo con lo que cuentan casi todos los inmuebles de los kibutz—, pero también servía como una habitación de juego para las hijas de Eithan, quien relata que se encerró con su esposa y sus tres pequeños en este cuarto cuando llegaron los militantes de Hamás a atacar su casa. Aquí, la familia pasó encerrada más de 13 horas, el tiempo que pasó entre el inicio del ataque y la llegada del ejército de Israel.
Los atacantes, al ver que la familia no salía de la casa, le prendieron fuego. Eithan no sabe si lo hicieron para matarlos o para obligarlos a salir. Prefería morir en esa habitación, quemado o asfixiado, que arriesgarse a ser asesinado o que sus hijas y esposa sufrieran un destino aún peor.
El olor a humo es penetrante desde la entrada y crece por los pasillos tiznados, las cenizas aún pintan las manos al rozar las paredes
El humo se empezó a colar por la puerta. Eithan trató de abrir la ventana, pero era imposible, solo le quedaba esperar a que alguien, o algo, los ayudara y comenzó a rezar.
“Hubo un momento en que perdí la fe, me despedí de mi mujer y de mis hijos. Les dije que había hecho todo lo que pude, pero que no fue suficiente, que me perdonaran por ello”, cuenta.
La historia de Lucas se parece a la de su hermano. En el mismo kibutz, a unos metros de distancia, está su casa. “Tengan cuidado por favor”, pide a la entrada que ya parece una pista de obstáculos. Hay muebles volteados, latas y botellas tiradas en la cocina. En las recamaras y pasillos hay ropa revuelta y regada por el suelo.
Una habitación sirve como refugio de esta casa. Tiene una litera y pegados en las paredes hay personajes de cómics. Es, como en casa de Eithan, una recamara de niños que tiene un doble propósito. Un gran problema de ese cuarto es que la puerta no cierra. La habitación está diseñada para resistir un ataque de misiles, pero no un enfrentamiento cuerpo a cuerpo.
La mañana del ataque, Lucas se recargó en ella para impedir que la pudieran abrir desde afuera. La puerta es muy pesada, y aunque eso la hace resistente a balas, de poco sirve si no puede permanecer cerrada. El hombre de 40 años, alto y de complexión robusta, permaneció así 13 horas. Sus hijos ya estaban en la habitación cuando empezó el ataque y trataron de permanecer el mayor tiempo callados para no atraer a nadie.
Lucas dice que le robaron 50,000 séqueles en efectivo (unos 200,000 pesos mexicanos) y un par de motocicletas. Asegura que, además de los militantes, también entraron en su hogar “inocentes”, como llama de manera irónica a los civiles de la Franja de Gaza que entraron a robar en los kibutz arrasados por Hamás horas después.
Cuando por fin apareció el ejército ya se había hecho de noche. Un soldado tocó la puerta y le dijo a Lucas y a su familia que era seguro salir, pero no lo hicieron, Lucas no les creyó, podrían ser de Hamas. Esperó más tiempo hasta que un amigo de la familia tocó a su ventana y les dijo que el peligro había terminado. Solo en ese momento la familia dejó la habitación.
—¿En quién confiar ahora?—, se le pregunta.
— En mí. En nadie, yo ya no puedo confiar en nadie—, responde.
Lucas vive en un departamento en otra ciudad del interior de Israel, alejado de la frontera con Gaza. En las noches, especialmente durante las primeras semanas, revisaba por la mirilla hasta unas 20 veces para ver si algún extraño se acercaba.
La ayuda que recibe del gobierno, 7,000 séqueles al mes (unos 32,000 pesos mexicanos), le son insuficientes para cubrir sus gastos y los de su familia. El emprendimiento de aire acondicionado que tenía no está en funcionamiento y duda si lo estará en algún momento. “Todo se fue a la mierda”, asegura.
A diferencia de su hermano menor, Lucas piensa incluso en irse de Israel. Argentina, su país natal, no le parece una mala opción ahora que gobierna ahí Javier Milei, un aliado declarado de Israel y de la comunidad judía. Si se concreta la promesa de dolarizar la economía, Lucas se irá.
Eithan y Lucas, sin embargo, son los miembros afortunados de la familia, quizás solo superados por su abuela, que logró que los atacantes respetaran su vivienda cuando les dijo que es argentina, como el futbolista Lionel Messi.
Dos de los hermanos de Eithan y Lucas, así como su cuñada, fueron secuestrados, incluido David, el gemelo de Eithan, quien aún se encuentra en la Franja de Gaza. Las últimas noticias que tuvieron de él es que está bien y está vivo. Pero esto fue en noviembre, durante la pausa en la que fueron liberados más de 100 rehenes, como su cuñada, a cambio de cientos de prisioneros de guerra palestinos.
“Ahora no sabemos lo que estará pasando”, dice Lucas.
La mañana del jueves 10 de marzo muchos corren por el malecón de Tel Aviv.
Pero no lo hacen para alcanzar un refugio antibombas ni porque son perseguidos, lo hacen por entretenimiento. Personas de todas las edades, algunos que entrenan sin camisa, aunque la temperatura aún sea fresca. Las mujeres eligen shorts y tops deportivos. Casi todos con lentes oscuros a pesar del cielo nublado.
En la playa hay gente tumbada, esperando los primeros rayos de sol de la mañana, o jugando voleibol o ping-pong. Es un día entre semana, viernes y domingo hay más actividad.
Las olas del mar Mediterráneo golpean con fuerza. Hay letreros que advierten en hebreo, árabe e inglés que es peligroso nadar en estas aguas, pero en cambio se pueden practicar deportes acuáticos como el surf. Enfundados en trajes de neopreno y con tablas más grandes que el cuerpo, decenas de personas en las playas de Tel Aviv se lanzan al agua.
En la cena, la noche previa al shabat, los restaurantes de los distritos más bulliciosos están llenos. La gente brinda, come platos rebosantes de falafel, humus o tabulé, platos que todas las gastronomías de Oriente Medio comparten sin importar si se trata de musulmanes, judíos o cristianos.
Es difícil adivinar que estamos a 100 kilómetros del kibutz Nir Oz y a poco más de 70 del punto de control de Erez, en la frontera con la Franja de Gaza, que estuvo cerrado desde el inicio de la guerra y hasta inicios de abril para el envío de ayuda humanitaria desde Israel.
Un hombre pesca en el malecón de la ciudad de Tel Aviv
En Tel Aviv, la segunda ciudad más poblada de Israel, la guerra es algo que sucede lejos, a pesar de estar a menos de dos horas en carretera de los sitios donde las batallas se libran y en los que, hace unos meses, Hamás entró a atacar a civiles israelíes.
Al preguntar a la gente que descansa en la playa, todos conocen o son cercanos a alguien involucrado en el conflicto, ya sea amigos o familiares que vivían en los lugares atacados o conocidos que han ido a combatir a Gaza, pero a Tel Aviv llega poco de eso.
No obstante, en la ciudad, con su arquitectura bauhaus, sus avenidas arboladas y su playa, hay recordatorios de que la guerra está más cerca de lo que parece.
A unos metros de donde hay gente buscando las mejores olas para montar, hay una escultura de arena de una mujer. Está acostada boca abajo y a la altura de las nalgas tiene una mancha roja. Es un recordatorio de que en los ataques del 7 de octubre, las mujeres fueron víctimas de violencia sexual por parte de los militantes de Hamás.
De acuerdo con un reporte de la ONU publicó el 4 de marzo un informe en el que indica que cuenta con “buenas razones para creer” que Hamás cometió violaciones como parte de sus ataques a Israel.
Acompañada de expertos, Pramila Pratten, la enviada especial de Naciones Unidas sobre la violencia sexual, visitó Israel y Cisjordania durante dos semanas y media a principios de febrero.
"En el contexto del ataque coordinado de Hamás y otros grupos armados contra objetivos civiles y militares en la periferia de Gaza, el equipo de la misión encontró que hay buenas razones para creer que se cometieron actos de violencia sexual relacionados al conflicto en varias ubicaciones durante los ataques del 7 de octubre, incluyendo violaciones y violaciones grupales", señala el informe.
Estos actos ocurrieron en al menos tres lugares: en el sitio donde ocurría el festival musical Nova y sus alrededores, en la carretera 232 y en el kibutz de Reim.
"En la mayoría de estos incidentes, las víctimas fueron violadas primero y después asesinadas, y al menos dos incidentes tienen que ver con la violación de cadáveres femeninos", según el informe.
La antropóloga Daniela Rapp explica desde Tel Aviv que este tema ha tomado mayor relevancia en la sociedad civil israelí mientras se han descubierto más detalles de los acontecimientos.
“Cuando empiezan a pasar los días, se empieza a dar cuenta que la cantidad de testimonios sobre violencia sexual que hay son cientos y cientos y cientos. Y se dan cuenta de que esto tiene un alcance mucho mayor”, dice Rapp.
Si el tema llegó hasta las Naciones Unidas, asegura, ha sido gracias al empuje de la sociedad civil y no del gobierno, que había decidido ignorar el tema y concentrarse en la respuesta en la Franja de Gaza.
Pettren dijo ante el Consejo de Seguridad días después de presentar su informe que si bien nada puede justificar la "violencia deliberada" perpetrada por el grupo palestino, nada puede justificar "el castigo colectivo de la población de Gaza".
Las víctimas de violencia sexual no son, ni de cerca, las personas más recordadas en este conflicto.
En cada plaza, en cada poste, en las paradas de autobús, en las bancas junto a ositos de peluche llenos de sangre —una referencia a los niños afectados por los ataques— y hasta en los restaurantes hay fotos de los rehenes tomados por Hamás. Incluso los rostros de los hombres, mujeres y niños tomados por el grupo islamista son la bienvenida de los viajeros internacionales en el aeropuerto.
La consigna que se repite está solo en hebreo e inglés y es la misma en todos los lugares: traiganlos a casa. La petición no es para Hamás, tanto como para el gobierno israelí.
El gobierno de Israel tiene cada vez más presión al interior y al exterior por la magnitud de sus represalias contra la Franja de Gaza después del ataque. El mismo 7 de octubre, el primer ministro Benjamín Netanyahu ordenó una serie de bombardeos contra la Franja de Gaza, los peores desde la fundación del Estado.
Dos días después de los ataques, Israel ordenó un "asedio completo" de la Franja de Gaza. "Estamos imponiendo un asedio total a Gaza (...) ni electricidad, ni comida, ni agua, ni gas, todo cerrado", dijo el ministro de Defensa, Yoav Gallant en un video. "Estamos combatiendo contra animales y actuamos en consecuencia", agregó.
El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha dicho que los actos de Hamás son condenables, pero que son consecuencias de "56 años de ocupación sofocante".
Las protestas contra el primer ministro Benjamin Netanyahu por su respuesta a los ataques del 7 de octubre se han multiplicado
La población palestina “ha visto cómo su tierra era devorada sin cesar por los asentamientos y asolada por la violencia; su economía, asfixiada; su población, desplazada y sus hogares, demolidos. Sus esperanzas de una solución política a su difícil situación se han ido desvaneciendo”, dijo ante el Consejo de Seguridad en octubre.
Desde entonces, la Franja de Gaza vive una crisis humanitaria. Hasta el 21 de mayo, 35,709 personas han muerto, de acuerdo con el Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás. La mayoría de los muertos son mujeres y niños.
El ministerio indicó que 21,058 de esas muertes fueron contadas de cuerpos que los hospitales informaron que habían llegado a las morgues. Otras 3,715 muertes fueron reportadas en línea por miembros de la familia que tuvieron que introducir información, incluidos los números de identidad. Enumeró las muertes restantes como "datos incompletos".
La oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y el Laboratorio de Investigación Humanitaria de la Escuela de Salud Pública de Yale han dicho durante el conflicto que las cifras reales son probablemente más altas que las publicadas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que el norte de Gaza se enfrenta a una hambruna
inminente, y el resto de la Franja también corre riesgo de padecer una situación similar.
“Antes de esta crisis, había suficientes alimentos en Gaza para alimentar a la población. La malnutrición era algo raro. Ahora, hay personas que están muriendo y muchas más están enfermas”, aseguró el secretario general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, el 18 de marzo.
Tedros indicó que más de un millón de personas pueden sufrir de una “hambruna catastrófica”.
Esta situación es aún más grave por la entrada a cuentagotas de ayuda humanitaria. Durante meses, la única entrada de ayuda a la Franja era el paso fronterizo de Rafah, en Egipto. Pero desde que Israel invadió esta ciudad fronteriza en Gaza, la entrada está cerrada.
Además, las organizaciones humanitarias han denunciado que el gobierno israelí ha dificultado su trabajo en la Franja de Gaza. Incluso, el ejército israelí ha sido acusado de asesinar a varios trabajadores de la ONU y de otros organismos.
“Desde el inicio de esta guerra han sido asesinados más de 200 trabajadores humanitarios”, indicó Christopher Lockyear, secretario general de la organización Médicos Sin Fronteras.
El caso más dramático fue el de los trabajadores de World Central Kitchen, una organización estadounidense que brinda alimentación en zonas de desastre y de guerra, fundada por el chef español José Andrés. El martes 3 de abril, uno de sus convoyes fue atacado por el ejército de Israel y asesinó a siete voluntarios de la organización. Esto le costó a Israel una condena internacional, incluso de su mayor aliado, Estados Unidos.
El presidente estadounidense Joe Biden, quien busca la reelección este año, ante cada vez más protestas de personas jóvenes en contra de su apoyo incondicional a Israel, ha planteado la posibilidad de dejar de enviar armas a Israel si el gobierno insiste con su ataque a Rafah, una acción que podría conducir a un desastre humanitario, de acuerdo con las Naciones Unidas.
La presión del exterior se combina con exigencias cada vez más potentes en el interior del país. Decenas de miles de personas protestan cada semana para exigir al gobierno de Netanyahu que llegue a un acuerdo para liberar a los rehenes, algo que el gobierno reconoce, es su segunda prioridad después de “destruir a Hamás”.
Los rehenes tienen ya su propia plaza. Las organizaciones de familiares de los rehenes y otros miembros de la sociedad civil han tomado la explanada del Museo de Arte Moderno de Tel Aviv. Hay una con 130 sillas vacías, en representación de las personas que aún no regresan a sus hogares.
Tel Aviv está lleno de memoriales a las personas que fueron tomadas rehenes
En otra, hay panes pita masticados, a medias, con moho, para representar que los rehenes, de acuerdo con los testimonios de quienes han regresado, solo pueden comer un poco de pan pita y agua sucia mientras están en cautiverio.
Hasta esta plaza, cada sábado al atardecer, al final de la jornada de descanso obligatorio, miles de personas se dan cita en la plaza. Las actividades son varias. Hay venta de playeras, pins y otros artículos relacionados con la protestas. Los fondos, de acuerdo con la gente de los stands, se van a las familias de los rehenes.
A esta plaza llegan los familiares de los rehenes. Entre ellos está Itzik Horn, es padre de Eitan y Yair, dos hombres jóvenes que fueron tomados rehenes en Nir Oz. Solo Eitan vive en el Kibutz, pero su hermano lo visitaba por las fiestas de Sucot.
Horn dice que no hay un momento en que no piense en sus hijos. ¿Reír? Imposible. ¿Cómo puede reír si no sabe cómo están sus hijos, si los volverá a ver siquiera? Al igual que pasa con la familia Cuño, la última noticia que Horn tuvo de sus hijos, fue en noviembre. Ahora todo es un misterio.
La OMS indica que la Franja de Gaza enfrenta una "hambruna inminente"
INFORMACIÓN Y FOTOS: Fernanda Hernández Orozco / EDICIÓN: Alberto Verduzco / DISEÑO Y PROGRAMACIÓN WEB: Evelyn Alcántara / COORDINADORA DE FOTOGRAFÍA: Paola Hidalgo