El proyecto de RootStudio buscó reconstruir más que un espacio, también el tejido social y la identidad zapoteca de Juchitán a través de las artes y los encuentros.
Por: Carolina Aguilar
Las piezas del pasado pueden reconstruir el presente y servir como cimientos de un futuro con memoria.
RootStudio llevó esta idea más allá de la poesía al devolver un centro social a la comunidad zapoteca del
Istmo de Oaxaca.
En la Casa de la Cultura Juchitán, un espacio que se planteó como tejedor de la estructura social oaxaqueña,
se utilizaron los restos de viviendas colapsadas durante el sismo de 2017. Los pedazos que se lograron
rescatar después del terremoto, que afectó con mayor profundidad al municipio, ahora forman parte de las
columnas y vigas del edificio.
Pero este no es el único acto simbólico de la construcción, sino que toda ella está conformada por un
diálogo entre la tradición y el presente.
Joao Boto Caeiro, diseñador de la obra, encontró el balance entre la arquitectura contemporánea y la
estilística local en otros proyectos realizados en el centro de Oaxaca y, posiblemente por ello, el
municipio de la Heroica Ciudad de Juchitán de Zaragoza confió en el estudio para realizar esta edificación
con una inversión de 27 millones de pesos.
La obra tiene una superficie construída total de 1,554.20 metros en los que se distribuyen diversos espacios
dedicados a disciplinas artísticas y culturales.
El recorrido muestra la diversidad de espacios que parecen heterogéneos, pero se consolidan al ser
aprovechados por las comunidades. Un teatro con gradas en diagonal, un escenario y camerinos. Un salón de
música al fondo, seguida de una habitación para las prácticas de danza.
Hay, además, una sala de usos múltiples, seguida de otra dedicada a la arqueología. Y hasta una biblioteca
que colinda con el templo San Vicente Ferrer. Al centro de todo, árboles y plantas acompañan la plaza que
atestigua diferentes encuentros sociales.
El diseño del edificio no deja de lado la eficiencia por privilegiar su papel en la sociedad. Permite la
ventilación natural, evitando el uso de sistemas mecánicos de climatización y la estructura es resiliente a
comportamientos sísmicos, por lo que puede soportar futuras contingencias.
Para preservar la tradición arquitectónica, se implementaron cubiertas de tejas de barro, biliguanas hechas a mano y elementos con maderas locales como chicozapote, caracolillo, amargoso, fierrillo y huanacaxtle. La pintura se realizó con técnicas vernáculas, con pigmentos naturales y cal, donde destaca la pureza del blanco entre los corredores techados típicos de la región durante el siglo XIX.
Durante el prolongado proceso de construcción, que duró ocho años, el proyecto contó con la colaboración
del gobierno federal y estatal, de artistas y de la comunidad oaxaqueña para recuperar un espacio de más de
50 años impulsado por el artista Francisco Toledo.
El jurado de Obra del Año coincidió en el valor que genera la Casa de Cultura Juchitán a su comunidad, así
como la calidad de su construcción. Aunque se señaló que el perímetro es poco accesible por un desnivel.
Fuera de ello, la Casa de Cultura Juchitán representa un símbolo vivo de memoria y resiliencia colectiva y
una muestra de cómo el arte puede acercar a su comunidad para reafirmar su identidad.
Fotos: CORTESÍA