El nuevo muelle del Puerto de Veracruz redefine la expansión marítima en México con una estructura cimentada sobre pilotes que permite recibir embarcaciones de mayor escala y acelerar el tránsito de mercancías en el Golfo.
Por: Diana Zavala
En la Bahía Norte del Nuevo Puerto de Veracruz, la línea que separa el mar de la infraestructura se
desplazó unos 550 metros hacia dentro del Golfo. Sobre el agua, y sostenida por 538 pilotes tubulares de
acero, se extiende la plataforma que hoy recibe a barcos portacontenedores de gran escala y redefine la
operación logística de uno de los puertos más importantes del país.
A primera vista, el muelle luce como una superficie sólida, continua, lista para maniobras pesadas. Pero su
construcción no comenzó desde el fondo, como suele ocurrir en obras marítimas. La ingeniería eligió un
camino distinto.
Cuando Cimentaciones Mexicanas (Cimesa) recibió el sitio para iniciar trabajos, detectó que el sistema de
contención existente no ofrecía la estabilidad necesaria para soportar el muelle en construcción. Antes de
avanzar, hubo que reforzar lo que sostenía al puerto. Esa decisión marcó el tono del proyecto: cada
siguiente paso requeriría precisión absoluta.
Después llegó la elección de la metodología. Construir desde arriba permitió avanzar sin exponer a equipos y
trabajadores a las condiciones del fondo marino. Sobre pilotes ya hincados, se montaron plataformas
temporales que sostuvieron toda la operación mientras el muelle se conformaba de arriba hacia abajo.
Significó trabajar sin embarcaciones auxiliares, con un control más fino de la instalación y reducción de
impactos en el agua y el lecho marino, como documentó CIMESA.
La ingeniería portuaria se convirtió en una coreografía aérea sobre el mar.
Para que la estructura mantuviera su calendario de avance, los materiales no podían esperar su turno frente
al océano. Las piezas de concreto prefabricado, que componen buena parte de la superestructura, se
produjeron y acopiaron en un predio externo al puerto, conocido como Puerto Seco.
El acero tubular que hace posible la cimentación viajó desde Europa y Asia. Su llegada debía sincronizarse
con grúas, equipos especializados y una cuadrilla que alcanzó 250 personas trabajando diariamente.
Además, el Golfo de México impone su propio ritmo. Cada jornada comenzó con revisión de modelos
meteorológicos: frentes fríos, “nortes”, tormentas inesperadas. La planificación se ajustó tantas veces como
fue necesario para mantener la seguridad sin frenar la obra.
La infraestructura avanzó ajustada al clima, no a pesar de él.
La plataforma se sostiene sobre pilotes que permiten circular el agua por debajo, un gesto estructural que
evita concentrar la fuerza del oleaje y disminuye la erosión en la línea costera.
Esa condición también favorece la permanencia de especies marinas en la zona y reduce la afectación al
entorno natural durante su vida útil.
Cada material utilizado tuvo un control estricto de manejo y residuos, acorde con los requerimientos
ambientales del puerto El muelle convive con el movimiento del agua, no lo enfrenta.
El nuevo muelle suma dos posiciones de atraque para barcos portacontenedores Post-Panamax de segunda
generación, lo que amplía la capacidad operativa del puerto y disminuye tiempos de transferencia de
mercancías.
Durante la construcción se contabilizaron 793,255 horas-hombre, con participación de personal y proveedores
de la región. La infraestructura ya impulsa empleo, movimiento industrial y nuevas rutas de comercio.
En el plano técnico, se concluyó incluso antes del tiempo programado, pese al reforzamiento inesperado, el
clima cambiante y la convivencia con 17 contratistas trabajando de forma simultánea dentro del puerto.
El logro no está solo en lo que se ve sobre el mar, sino en todo lo que se resolvió bajo presión.
El muelle cimentado de la Bahía Norte es una pieza nueva en el rompecabezas del Puerto de Veracruz, pero su
influencia es mayor que su huella física. Es una obra que extiende la frontera logística del país, que
prepara al puerto para recibir embarcaciones cada vez más grandes y que demuestra que la ingeniería mexicana
puede tomar decisiones complejas y ejecutarlas con certeza.
Fotos: SALVADOR MARTÍNEZ