Alberto Coppel


CEO Director General de Pueblo Bonito Golf & Spa Resorts



“Este gay te hace el puesto”

Por Eladio González

“Tú tienes algo que no me has contado”, le dijo un día Letty Coppel. Ella, entonces, era la esposa de Ernesto Coppel, primo de Alberto, y copropietaria de la empresa en la que todavía trabaja. Tras un primer escalofrío, el actual CEO Director General de Pueblo Bonito Golf & Spa Resorts, puesto que no ocupaba en aquel momento, dice haber dado “un paso gigantesco”. Tras largos años de mantener una doble vida, con miedos, inseguridades, carencias económicas -por ser del “sector pobre de los Coppel”, como le repetía siempre su madre-, y trabajos pasajeros que hacía sin pasión, se jugaba una de las cartas más importantes de su carrera. “Ella facilitó la conversación sobre mi verdadera orientación sexual y luego me ayudó muchísimo”. Así comenzó una carrera ascendente hacia el liderazgo de una empresa en la que trabajan casi 5,000 personas y está entre las 500 Empresas Más Importantes de México, de Expansión.

Alberto (Pepe) Coppel había llegado unos años antes a Los Cabos, en Baja California Sur, para aprender del negocio de la hostelería “desde abajo”. Le dieron un empleo en la cadena hotelera Finisterra, donde buscaban un perfil que tuviera experiencia en tiempos compartidos. Él había sido OPC (Outside People Contact) antes y vendido este tipo de paquetes vacacionales “por necesidad”, según cuenta. Algo más tarde, esos mismos conocimientos le servirían para entrar a trabajar en Pueblo Bonito. “Mucha gente cree que fue porque el presidente del consejo, y uno de los dueños de la empresa, es mi primo Ernesto Coppel. Pero no es así. La primera vez que le pedí trabajo, no me lo dio”. Desde entonces, tuvo que pasar por varias posiciones antes de convertirse en director general, hace siete años. Y, en poco tiempo, demostró que su liderazgo iba a tener un enfoque diferente.

Actualmente, entre sus grandes pasiones se encuentra el desarrollo humano. “De las cosas que más atentan contra la felicidad en las empresas están los prejuicios y la falta de líderes humanizados”, asegura. Así que no duda en hablar de inclusión o diversidad sexual siempre que tiene la oportunidad. Durante los dos años que fue presidente de la Asociación de Hoteles de Los Cabos, en sus asambleas, no dejaba escapar esos temas, aunque no siempre fuera una conversación bien recibida. Así que, ahora, desde la “mejor versión de sí mismo”, como él la define, cuando sus amigos le preguntan: “Pero, ¿qué pasaría si de pronto te quitaran tu puesto?”, Alberto responde: “No pasaría nada, el puesto no me hace a mí. Este que está aquí, este gay que está aquí enfrente, ése te hace el puesto”.

Expansión: ¿Cómo es dirigir una empresa con tantos empleados siendo una persona abiertamente gay, en México?

Alberto Coppel: Llevo casi 23 años trabajando en la empresa Pueblo Bonito. A las pocas semanas de haber sido nombrado director general de la empresa, asistí al evento de aniversario del hotel más grande de la compañía. Había muchísima gente. Me paré frente al micrófono a dar un mensaje. Todo mi comité de dirección estaba ahí. Y mientras les estoy dando mi felicitación, les digo: “Aquí hay tantos talentos ocultos, tantos talentos que no han salido a la luz, que siento que es nuestra responsabilidad hacernos atractivos para que puedan salir. Les pongo, como ejemplo, que su director general, el que hoy les habla, es orgullosamente gay”. Hubieran visto la cara de mis directores, ellos no sabían que ese iba a ser mi mensaje a la empresa. Soy muy espontáneo. Pero, a lo que me refiero, es que si tu director general es gay y alguien más también, ya sea abiertamente o no, y se está cuestionando si, quizás, por ser gay nunca llegará al puesto de director, pues aquí tiene un ejemplo. La idea es liderar por atracción más que por promoción. Y abrirle la puerta al talento, qué es lo más importante: el talento y, no tanto, el juicio. Pero también le digo a la gente que, no porque su director general sea gay, tienen que aceptarlos directamente. Lo único que estamos propiciando es que haya un ambiente de respeto. Desde el respeto, yo puedo tener una diferencia. No desde el prejuicio, no desde el ataque o desde el bloqueo, sino a través del reconocimiento de tus valores y tus aptitudes.

E: ¿Cómo fueron tus inicios profesionales cuando llegaste a Los Cabos?

AC: Soy de Mazatlán, Sinaloa, pero estudié la carrera de administración de empresas en el ITESO, en Guadalajara, Jalisco. Al terminar mi carrera, regresé a mi ciudad, pero mi mamá siempre me decía: “Vete para Los Cabos, allí hay muchas oportunidades”. Yo pensaba: “¿Qué voy a hacer en ese pueblo? Ahí no hay nada”. Pero, me estuvo insistiendo tanto que decidí venir. Llegué aquí sin nada, sin dinero, sin una cuenta bancaria. La única cosa que tenía era un trabajo que había conseguido en hotelería. Me apasionan las empresas de servicios y cuando haces algo que te apasiona eres un privilegiado. Pero empecé con muchos miedos y muchas inseguridades. En gran parte, eso venía por mi condición de gay y mi proceso desde la infancia. Mi propia aceptación y abrirme a los demás me costó muchísimo trabajo. Duré años en poder contarle a mi familia que era gay, incluso a mis amistades. Yo, además de ser gay, traía un bagaje bastante grande de disfuncionalidades, de carencias económicas –mi mamá siempre nos dejó claro que éramos Coppel, pero de los pobres-, miedo al rechazo, a no pertenecer, y todo ese tipo de cosas que te paralizan horrible.

E: ¿En qué momento comenzaste a dejar atrás ese miedo?

AC: En un momento, empiezas a procesar todo eso, lo vas trabajando, lo vas superando y, de pronto, te atreves a hacer una pregunta en una reunión de trabajo. Una vez hice un comentario en una junta, y mi jefe en aquel entonces me respondió: “Tú te callas. A ti te pagamos por hacer, no por pensar”. Eso me dejó traumado pero, a lo largo del camino, uno aprende lo que debe y no debe hacer. Entonces, empiezas a pensar: “Cuando tenga la oportunidad de hacer un cambio en la vida o de mover una pieza para que esto sea diferente, lo voy hacer”. Una de las cosas que más me interesan, como líder, es conseguir que las personas sean la mejor y más auténtica versión de sí mismas. Una vez que lo consigues, puedes alinearlas a los objetivos estratégicos de tu organización, que nunca deben estar peleados con los objetivos personales de un individuo. Deben estar unidos, eso es clave. Deberíamos llegar al punto de poder medir el nivel de felicidad de una empresa. Y una de las grandes cosas que atentan contra eso son los prejuicios y la falta de líderes humanizados.

E: ¿Qué hubo antes de tu llegada a Pueblo Bonito?

AC: Al llegar a Los Cabos, empecé a trabajar en una empresa que se llama Finisterra. Antes de venir, había aprendido, por necesidad, el trabajo de OPC (Outside People Contact), invitando a personas a eventos informativos sobre tiempos compartidos. Pasé por varias posiciones y me di cuenta de que era muy bueno para vender, aunque no era mi pasión. Pero aprendí todo de ese negocio. Después, trabajé en una línea aérea, Continental Airlines, donde me di cuenta de que mi pasión eran las empresas de servicios. Cuando llegué a Los Cabos, ya traía en mi genética el tiempo compartido. Es muy difícil encontrar a un hotelero que entienda de ese tema, porque siempre hay un choque entre los hoteles y los tiempos compartidos. En esa empresa estuve unos cinco años.

E: ¿Por qué decidiste dar el salto de Finisterra a Pueblo Bonito?

AC: Mucha gente cree que fue porque el presidente del consejo, además de uno de los dueños de Pueblo Bonito, es Ernesto Coppel, mi primo. Pero no fue así, yo no lo conocía. Cuando salí de la universidad, en 1988, él acababa de abrir su primer hotel Pueblo Bonito en Mazatlán. Mi hermana me había hablado mucho del hotel, así que tomé un camión urbano y me fui para allá. Al llegar, me indicaron cómo llegar a su oficina. Entré. Él estaba reunido con otra persona, tomé una silla y me senté con ellos frente al escritorio. Ernesto casi se muere. Comenzó a gritar como loco: “¿Tú quién eres? Voy a llamar a seguridad”. Le expliqué que era su primo, hermano de Margarita, la que trabajaba en el banco, a la que le pedía prestado para tomar el camión cuando no tenía lana. Mientras se despedía de su visita, me quedé viendo las fotos que colgaban de las paredes, había una con Ronald Reagan. Eso me impactó. Cuando regresó, me empezó a contar la historia de los Coppel. Le fascina, hasta ha escrito libros sobre eso. Le dije: “Está muy bonita la historia de los Coppel, pero yo necesito una chamba, ayúdame”. Llamó por teléfono a recursos humanos, y me dijo: “Te van a hablar”. En el camión de regreso, estaba seguro de que iba a trabajar en esa empresa. Pero no me dieron el trabajo. Tuve que esperar nueve años para entrar a trabajar con él. Y fue en Los Cabos. Al abrir su primer hotel aquí, Pueblo Bonito hace un acuerdo con Finisterra, donde yo trabajaba, para hacer tiempos compartidos. Nadie entendía de eso, pero yo sí. En ese momento, nos conectamos de nuevo y me dio la oportunidad de trabajar en Pueblo Bonito. Pasé por muchos puestos: asistente de gerente, gerente general, director de operaciones… y, desde hace unos siete años, soy director general.

E: ¿En qué momento decides poner el tema de tu orientación sexual sobre la mesa?

AC: Unos años antes, un amigo me llevó al despacho donde trabajaba y me presentó a su jefe, un notario público. Empezó una conversación entre ellos y le empezó a preguntar sobre su vida personal con toda normalidad, sabiendo que mi amigo era gay. Me quedé impactado. En ese momento, pensé: “yo quiero esto para mi vida también”. Entonces, cuando tuve la oportunidad de estar trabajando formalmente, me empecé abrir con las personas de mi entorno. En Pueblo Bonito, fue justamente la ex esposa de Ernesto Coppel, Letty Coppel, quien también es dueña de la empresa, la que un día se acercó a mí y me dijo: “Tú tienes algo que no me has contado”. En ese momento, me quedé helado. Ella me facilitó esa conversación y me ayudó tanto que siempre le voy a estar muy agradecido. El abrirme con ella fue un paso gigantesco.

E: ¿Qué cambió a partir de entonces?

AC: En ese momento, pensé: “qué bueno ser libre”. Yo no era aún director general, pero ahora puedo decir que, en cada puesto que he tenido, ha sido un orgullo ser gay. Si la vida me diera la oportunidad de empezar de nuevo, elegiría lo mismo. Una de las grandes cosas que promuevo en la empresa es la inclusión. Considero que a las personas LGBT nada nos diferencia, al contrario, somos unos guerreros porque hemos pasado por tantas cosas y tenemos tanta resiliencia, que debemos ponerla al servicio de los demás. Y que sea nuestro orgullo y nuestro talento lo que les atraiga. Es muy triste ver que hay gente que se queda por el camino, por culpa de esos miedos que te paralizan y te convencen de que tú no vas a poder llegar a donde quieras o donde te mereces. Y, sí, puedes llegar.

E: ¿Cómo has manejado el tema de tu orientación sexual hacia fuera de la empresa, como director general de la misma?

AC: Fui presidente de la Asociación de Hoteles de Los Cabos, por dos años. En las asambleas, abiertamente, sacaba el tema de la diversidad sexual, incluso cuando aún no estaba tan abierto. Entendí que lo que piensen de mí es su bronca. Antes, la agarraba como mi bronca, ahora pienso que no es así. Pero, yo también tengo que respetar a los demás. A veces, doy charlas. Al final, se acercan mamás a hablar conmigo, y me dicen: “Creo que tengo un hijo igual que usted”. O sea, ni siquiera se atreven a decir la palabra “gay”. Y me cuentan que no lo pueden aceptar, pero que lo quieren. Y les respondo lo siguiente: “No se trata de que aceptes a tu hijo. Está bien si no lo quieres aceptar. Pero, por lo menos, haz un acompañamiento con amor”. No debes dejar que esa persona se vaya a las tinieblas, como me fui yo, en un momento de mi vida, a vivir una doble vida. Ese acompañamiento también aplica en las empresas y es bien importante.

E: ¿Cómo te aseguras de que en una empresa con tantos empleados, con hoteles en varios estados de la República, sea inclusiva y esté libre de discriminación, por mucho que seas un ejemplo?

AC: Es un proceso. Esto no se trata de sacar hoy un memorándum diciendo: “A partir de hoy, somos una empresa inclusiva”. Eso es imposible. Se tiene que desarrollar una cultura y eso lleva su tiempo. Un gran ecosistema comienza con el cambio de los microsistemas. En una empresa, cada uno de nosotros somos microsistemas que formamos parte de un ecosistema. Cuando tú mismo empiezas a hacer cambios, en ti mismo y en tu pequeño entorno, eso se va contagiando a otros microsistemas. El bullying, el bloqueo, el señalamiento y los prejuicios siguen existiendo, hoy en día, en la empresa en la que trabajo. Instruí al director de desarrollo organizacional para obtener la certificación HRC Equidad Mx para nuestra empresa, que nos permita tener todas las herramientas que necesitamos para acabar con esto: políticas de no discriminación, competencias organizacionales, hasta un consejo de diversidad enfocado en que se cumplan los lineamientos y las disposiciones que tengamos que hacer. Pero no quiero que sea solo una bonita certificación, sino que quiero que todos lo vean como una ventaja competitiva.

E: ¿Cuáles son las ventajas competitivas que ves en una empresa inclusiva?

AC: Las grandes cosas que puedes lograr cuando despiertas el talento de la gente y los alineas a los planes estratégicos de tu empresa. Lo que estamos haciendo no es beneficencia, sino que es estrategia, es parte del negocio. Para conseguir resultados necesitas personas a tu alrededor, y no quieres que estén acomplejadas, con miedos, bloqueadas o que no digan la verdad. Yo, como gay, gasté mucha energía teniendo una doble vida. Por ahí, dicen: “Donde pones tu atención, pones tu energía”. Imagínate el desgaste de estar poniendo mi atención en crear una persona diferente para los que querían verme así y, además, en la persona que soy. ¿Crees que eso no va a impactar en una empresa? Cuando logras que esa persona pueda poner su atención y su energía en una sola cosa, consigues que todo fluya.