Expansión

Fiscalización

Discutir una reforma fiscal

Por: Sofía Ramírez Aguilar
Directora de México, ¿cómo vamos?

P

agar impuestos es molesto, incómodo e, incluso, involuntario. Pero sabemos que el grueso de la población estaría dispuesto a pagar más impuestos bajo ciertas condiciones, como la percepción de que cada quien paga lo justo y que se gaste en los servicios que necesita la gente.

Pero antes de gastar, necesitamos recaudar. México es uno de los países con menor nivel de recaudación –15 puntos del PIB en 2026–, incluso entre países de nivel de desarrollo similar, como Brasil, que recauda el doble como proporción de su economía.

Nos debiera interesar recaudar más, considerando, sobre todo, el margen que existe: siete de cada 10 pesos que recibe el Estado mexicano provienen de nuestros impuestos. Si queremos recaudar más, necesitamos que más personas –físicas y morales– puedan y quieran pagar más impuestos.

Si incrementáramos la recaudación al 20% del PIB, podríamos gozar de finanzas públicas más sanas y nos endeudaríamos menos. Solo en 2026, la SHCP espera financiar el 14% de su gasto con deuda, un incremento respecto a 2025.

En contraste con las transferencias directas –que son escasos dos puntos del PIB–, los servicios públicos, como salud y educación, habilitan la movilidad social con independencia del hogar de origen de las personas. Estos debieran representar el 6% del PIB cada uno de los rubros, según estándares internacionales. En tanto, en México presupuestamos consistentemente menos del 6% del PIB anual en conjunto: salud y educación.

Servicios como la seguridad pública, investigación e impartición de justicia también demandan recursos fiscales, pues determinan qué tan libres y prósperos vivimos: si alguien se matricula en un turno vespertino, tomamos un empleo o ponemos un negocio.

Lo paradójico es que, aun con el gran capital político de la presidenta Sheinbaum, no estamos discutiendo una reforma fiscal que permita trazar un plan de recaudación de largo plazo, que incluya la ampliación de la base gravable, un incremento en la productividad de los negocios y, con ello, un aumento en la recaudación. Pero, sobre todo, una reforma fiscal dotaría de mayor certeza a quienes invierten en México, no solo extranjeros o grandes empresas, sino pymes y micronegocios, que representan hasta el 30% de la inversión privada.

Confiar que con ajustes en la miscelánea fiscal y en las reglas de comercio exterior seguiremos incrementando la recaudación es ágil pero poco sostenible. Argumentar que el aumento en la recaudación es similar –un punto porcentual–, con ajustes como los que observaremos en 2026 pero sin reforma, no nos acerca al resultado deseable de una reforma fiscal.

¿Por qué? Porque genera incertidumbre entre quienes ya invierten y pagan impuestos, incluso bajo regímenes diferenciados, porque son reglas que cambian los costos de un negocio de un año a otro, y no tienen que pasar por el Congreso. Eso incluye a ciertos grupos de consumidores –de videojuegos o de bebidas endulzadas, por ejemplo–. No resuelve el problema de baja recaudación en el mediano plazo.

No se amplía la base gravable. En lo inmediato, incorporar a quienes hoy en día tienen un empleo informal tampoco resuelve la baja recaudación. Pero, eventualmente, en conjunto con otras estrategias de política económica y un crecimiento sostenido, ampliar el número de personas –físicas y morales– que paguen impuestos sobre la renta es una condición necesaria para la sostenibilidad fiscal.

No se atiende una discusión que acompaña a toda reforma fiscal: cuáles son las prioridades y presiones de gasto más importantes. No se trata solo de tener más dinero, sino de gastarlo mejor para que más gente quiera pagar más impuestos.

Al obviar la reforma fiscal integral, se está frenando la evolución a la sostenibilidad fiscal.

Aranceles y Paquete económico

Por: Óscar Ocampo
Director de Desarrollo Económico del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO).

R

ecientemente, se aprobó el paquete económico 2026 con pronósticos de crecimiento optimistas –en el rango del 1.8 al 2.8%– para la economía mexicana, en un entorno de desaceleración y de incertidumbre comercial.

Desde un ángulo de las finanzas públicas, esto es relevante porque alcanzar estos niveles de expansión del PIB es una condición necesaria para cumplir con la meta de reducción del déficit fiscal en su expresión más amplia (RFSP) de 4.3% en 2025 al 4.1% en 2026.

El gobierno federal estima elevar sus ingresos en 5.9% el próximo año, impulsado, principalmente, por la recaudación tributaria. Sin embargo, en ausencia de una reforma fiscal que expanda la base tributaria, la capacidad del Estado de incrementar la recaudación en los niveles vistos en años anteriores se ve limitada.

Sumado a ello, el espacio fiscal –es decir, las posibilidades de asignar recursos a proyectos y programas– se reduce año con año entre pensiones, servicios de deuda, participaciones y aportaciones a estados y municipios, así como gasto social. Estos cuatro rubros representan 7.6 billones de pesos, es decir, el 74.5% del presupuesto para 2026. El margen para hacer recortes es pequeño.

A esto hay que agregar los cambios que se contemplan en la Ley de Ingresos 2026, pero que no se materializarán ese año: los incrementos arancelarios. La decisión de posponer la discusión del dictamen que pretendía elevar los aranceles para un universo de 1,463 productos provenientes de países con los que México no tiene tratados de libre comercio es una buena noticia. No obstante, esto tiene un impacto en las proyecciones de ingresos del gobierno federal, dado que por esta vía se pretendía recaudar más de 90,000 millones de pesos.

En el fondo, el camino para tener finanzas públicas sostenibles en el largo plazo es apostar por el crecimiento económico. Sin revertir la caída en los niveles de inversión, esto no será posible.

Créditos

DISEÑO EDITORIAL Óscar González / DISEÑO Y PROGRAMACIÓN WEB Salvador Buendía / FOTOS Cortesía / EDICIÓN DE FOTOGRAFÍA Diego Alvarez Esquivel / COORDINACIÓN DE FOTOGRAFÍA Betina García